El Lugar del Hombre en la Crianza.

A mi hijo Simón

…y en Agradecimiento a su madre, Karina

Cierra los ojos, no tengas miedo. El monstruo se ha ido. Ha huido y tu papá está aquí. Antes de cruzar la calle, toma mi mano. La vida es lo que te sucede cuando estás ocupado en otras cosas”,

John Lennon – a su hijo-

Mi propósito es ubicar a la paternidad como el producto de un deseo de ser padre.

O en todo caso ese es mi deseo. Y no que lo “agarre” al hombre de sorpresa sin estar “entonado” con ese momento tan vital y de tantos cambios.

Para esta “tarea” es necesario recorrer los antecedentes personales históricos que sobredeterminan nuestras acciones y nuestros vínculos, sin que muchas veces nos demos cuenta, para así poder encontrar el lugar del placer y el disfrute en oposición al “deber ser”, comportamiento típico que heredamos nosotros los hombres al heredar por linaje en nuestros antepasados el “tener que ir a la guerra”, por ejemplo.

En suma, cómo construir un vínculo con nuestros hijos basados en sentimientos viscerales de amor?

Asimismo recorrer los “arquetipos” (modelos universales) tanto familiares como sociales en términos de lo que es “esperable” que haga un hombre en tanto padre y poder incluir la dimensión de la “diferencia” en oposición a la “repetición” (compulsión a repetir).

A la vez, me pregunto,

qué significa ser padre durante la fase pre-natal del bebé –etapa del embarazo-?

Y durante la fase temprana –de apego- del desarrollo subjetivo del niño? Y más tarde, cómo establecer límites cuando el cuerpo del niño comienza a ocupar un espacio propio en términos de acciones basadas en el dominio psicomotor global, o sea cuando la musculatura voluntaria ya “le es propia”?, cuando sus acciones tienen una itencionalidad conciente sobre el medio y él o ella ya tienen un cuerpo que acompaña esa intención. Y por último, cuales son los efectos en la adolescencia de esa puesta o ausencia de límites?

Cómo advenir en padre?

Cuando era chico miraba a mi papá volver del trabajo, subir las escaleras cansado de todo el día de trabajo, y me preguntaba, cómo se hace para llegar a ese “lugar”, el de ser hombre y padre?

Desde mi pequeña-enorme mirada de tres, cuatro, quizás seis o siete años ese “lugar” era algo indeterminado, que por algún motivo me preocupaba. O mejor dicho ocupaba un espacio en mi cabeza…

Esas impresiones me desafiaban y me llevaban a fantasear, a jugar, y muchas veces a zonas de angustia.

Pasó el tiempo y fui encontrando a lo largo de mi experiencia vital identificaciones, algunas de las cuales una vez deshechadas, transformadas, me permitieron sentirme cómodo en el lugar que hoy me encuentro trabajando como psicólogo clínico.

Ahí se abrieron ante mis ojos respuestas al hombre- profesional. Mi cuerpo lo sintió.

Creo que mi padre en su propósito contínuo estable en relación a su propia profesión y a través del ejemplo simple configuró en mí una matriz perceptual a través de la cual entender el mundo y construirlo en términos también de una estabilidad y propósitos contínuos en relación al quehacer profesional. Él se levantaba muy temprano al amanecer y luego volvía ya entrada la noche a mi casa. Yo sentía su ausencia… Ausencia paradojal, ya que yo “sabía” que él estaba presente ocupado en sostener y mantener la estructura material de nuestro núcleo familiar. Siempre tomando sus propias decisiones con un horizonte claro en su deseo.

Pero el hombre-padre?

En ese punto no encontraba referencias claras que me permitiesen sentir en mi ser cómo “llegar a ese lugar”, tanto como me había sucedido con mi ser en el trabajo-profesión.

El vínculo con mi padre ha sido un poco distante, frío, duro. Recuerdo que su mirada me hacía sentir como que él estaba en “otro lugar”, preocupado. Me generaba sentimientos confusos, de inseguridad y de miedo a no poder. Desaprobación.

En cierto sentido también me sentía querido. Pero esto sólo ocurría cuando yo padecía algún síntoma físico. Como él es médico, entonces se acercaba a mí con calidez y tocaba mi cuerpo para revisarme. Por supuesto me sentía reconfortado, seguro, y comprobaba que él me quería. Podía enfermarme con tranquilidad y confianza que él estaría ahí para salvarme.

(una manera muy particular de buscar contacto, no? Enfermandome- “Amelie”!) Me llevaba al médico homeópata de la mano y recuerdo que él hablaba toda la consulta de mí. Me hacía sentir importante. Pero nunca me preguntaba cómo estaba. En alguna medida yo era hablado por él. Una vez más, en lo profundo de mi ser había un espíritu intranquilo, incomprendido. Hoy, entiendo y comprendo que sus carencias con sus propio padre han sido agujeros tan grandes que puedo imaginar en él sentimientos de lejanía y soledad. También veo y comprendo que su dificultad de ejercer la paternidad conmigo en términos de contactos tiernos y presentes son el límite que ha fijado su historia personal y su desición de expandir y liberarse o no (un poco al menos) de esa historia.

Cómo advenir en padre es una cuestión que gira a través de las propias experiencias (con nuestro padre) a veces dolorosas, otras gratificantes pero siempre van a ser el modelo desde donde vamos a emerger en la vida en una determinada posición.

Creo que una de las condiciones más significativas a la hora de comenzar a ejercer la paternidad está vinculado a poder esclarecer el vínculo con el propio padre. Y esto significa poder comprender la propia historia, darse el tiempo para sentir, quizás enojarse por las frustraciones vividas en ese vínculo. Y por último perdonar, aceptar, integrar al padre como un ser humano adulto como uno que en un punto ejerció la paternidad en nuestra persona pero que también tiene o ha cometido errores tanto como uno los ha cometido o los va a cometer con el ser al que va a paternar, el propio hijo.

Dificil sería pensar el perdón en hombres que han sido abusados por sus propios padres. Esto merecería especial atención, pero de todas maneras pensaríamos en la aceptación de lo vivido en términos de una integración afectiva en el sentido de evitar la transmición del abuso de generación en generación (cómo mi papá me castigaba brutalmente, también voy a hacer lo mismo, en cuyo caso el padre actual estaría inconcientemente tomando represalia contra su propio padre a través del cuerpo indefenso de su propio hijo).

Y así transcurre la historia, aprendiendo de los errores, estableciendo nuevas conexiones y posibilidades afectivas en diferencia con las vividas y no en meras repeticiones que generan y ratifican el malestar vivido por las generaciones anteriores hasta nosotros mismos.

Como en “40 Samurais” de Akiro Kurosawa, fiel a un respeto por los ancianos y antepasados, cuando en la película, la aldea se ve asediada reiteradamente por ladrones que robaban sistematicamente la cosecha de papa y arroz sus pobladores se encontraban desesperados y al borde de la locura, casi muertos de hambre, todos sentados en la plaza, en silencio, cámara detenida, sólo mostrando los cuerpos dolientes temblando y llorando durante diez minutos, uno de ellos dice: “preguntémosle a los ancianos”. Acto seguido un grupo de pobladores se retira a la montaña a encontrarse con los ancianos, y estos en pocas palabras simples y esperanzadoras dicen, “hubo una época en que hubo ladrones y se contrató Samurais…seres de nobleza y honor que entregaron su cuerpo para reestablecer la justicia…”

Siento que merece especial mención mi mujer-compañera, en términos de un agradecimiento infinito. Hay un “movimiento” que hizo ella como mujer que sólo “ella” podía hacerlo. Y que a mi criterio tiene que ver con el poder (en el sentido de potencialidad) de la mujer. Se trata de algo que como hombre enfrento sólo con respeto, asombro y silencio, ya que no tengo matriz. Y es en ese lugar, misterioso lugar, que la vida toca su alquimia más creativa al generar desde las entrañas a otro ser humano. Ella con su propósito inflexible de querer ser madre, un día soltó todo, hasta la propia identidad. Y a partir de ese momento comenzaron a emerger de ese misterio-matriz, fibras de felicidad teñidas de pataditas en la panza, cantos, movimientos intrauterinos, que luego se transformaron en risas, llantos y pañales… vínculo con nuestro hijo.

Claro, empecé a sentirme padre. Y ese sentimiento dió la posibilidad de dar lo primeros pasos para responderme la pregunta acerca de qué significaba ser padre.

Y ya en ese momento –la prenatalidad- la paternidad está jugada en poder sostener y acompañar sin expectativas, los intensos avatares de la mujer embarazada: cambios de humor súbito, percepciones acrecentadas, no ordinarias, que crean nuevas posibilidades al mundo cotidiano de la pareja, “jaqueando lo ya establecido”, “estar” con los médicos en tanto pareja y no meramente como un “asunto de la mujer”, transitar los miedos propios y acompañar los miedos de la mujer tanto personales de su propia historia (de cómo ella vino al mundo y qué le pasó a su propia madre), como así también los miedos universales, arquetípicos (la mujer en la antigüedad tenía alta probabilidad de morir en el parto), poder enfrentar los cambios corporales de la mujer y todas las ansiedades correspondientes a la pérdida de un sentido de sí-misma, sentimiento basado en la continuidad corporal. Al cambiar el cuerpo, el sentido de sí-misma sufre una alteración, una discontinuidad de su propia percepción. En este punto, el hombre-padre puede ir hacia una tracendencia en el plano afectivo pudiendo contactar nuevas dimensiones afectivas, un salto en el amor, o bien puede en caso de no estar “puesto en la paternidad naciente” seguir en la búsqueda de encuetros sexuales que le remitan a un estadio anterior en donde el encuentro sexual implica solamente un encuentro con otro sin la presencia del factor creativo, el amor.

Aquí me enfrenté a mi primer premisa “mental”, o “definición” acerca de qué significaba ser padre.

Creo que lo pensaba en términos de “poder sostener” por eso digo que era mental, porque lo que me sucedió en realidad fue descubrir toda una dimensión de placer y alegría y no solamente de “poder sostener”. Comencé a disfrutar con cosas que jamás me hubiese imaginado. Como por ejemplo, establecer una línea de conexión afectiva con ese ser que está flotando dentro del útero…

Y esto de “desandar” ciertas premisas básicas de lo que “definía” ser padre, llevado al vínculo con mi hijjo también fue un verdadero descubrimiento. No solo es “poder sostener” sino “poder disfrutar” del vínculo con él. Me da alegría verlo, espero todo el día ese encuentro como nunca en mi vida hubiera imaginado. Creo que el “poder sostener” era una cuestion que enraizaba en lo que supongo le pasaría a mi propio papá.

Por eso, insisto, es cuesión central poder despejar las creencias (a veces inconcientes) a cerca de qué significa ser padre, ya que estas se encuentran muchas veces en sentimientos, pensamientos y vivencias acontecidas por nuestro propio padre. No tengo el recuerdo en mi cuerpo de que mi padre me transmitiese alegría y placer, de que él estuviese sintiendo eso al encontrarse conmigo. Más bien me transmitía preocupación, peso y un contacto forzado.

No existió un abandonarnos juntos en una experiencia de mutua entrega y disfrute con el mundo y sus intensidades.

Aquí aparece la cuestion, vivida más tarde en la adoloscencia, de buscar ese espacio de “abandonarse”,en el buen sentido de disfrutar, pero a través de la droga, ya que no existió ese espacio antes durante la infancia. Entonces ahora se da a través del tóxico en un movimiento desvitalizante y desestructurante para el ser : psicofármacos, marihuana, ácido licérgico. En general drogas que permiten la “expansión”, ya que actúan estimulando el sistema nervioso autónomo en su función parasimpática lo que se expresa en la función del placer, relajación, entrega. A la vez y paradojicamente el consumo de droga expresa por otro lado la ausencia de padre, la ausencia de ley. Finalmente, el consumo toxicodependiente expresa la búsqueda de un padre, la búsqueda de ley. Algo que establezca un límite. Pero en este caso, de manera perturbada por ejemplo el funcionamiento cardíaco colapsa y la persona hace un paro cardio-respiratorio por el consumo excesivo de cocaína. El cuerpo, en su dimensión real acusa recibo y “frena”, osea encuentra un límite. O a través de pérdidas sucesivas por ejemplo de empleos o parejas o simplemente vínculos.

El Hombre puesto en posición de la Crianza necesita sensibilizar y despertar en sí “algo” que en la mujer sucede epontaneamente (aunque a veces por mandato social) . En general se dice que son las mujeres las encargadas de la crianza. Y en este caso el hombre delega todo lo referido a cualquier movimiento con el hijo que tenga que ver con estructurar y educar. Ya desde el comienzo el cambiar pañales, o bañar son cuestiones delegadas en la mujer.

Desde esta perspectiva, frases como “los hombres no lloran” por ejemplo, definen

al hombre – por su negación- por la dureza y anulan su sensibilidad. Ya que para no llorar hay que endurecer los tejidos musculares.

Me endurezco. Soy hombre porque soy duro. Fortalecí esa creencia “la de ser duro” a lo largo de quince años de practicar rugby, un deporte de “machos que se la bancan”…

De lo contrario “soy débil”. Y lo débil está pegado a lo sensible. Y lo sensible a ser un “maricón”: “no seas maricón”, le dice un hombre x en general a un niño cuando llora en nuestra cultura.

Enfrentar nuestras debilidades sensiblemente hacen a nuestra verdadera hombría y fortaleza. Cómo puedo sostener o acompañar el llanto de mi hijo si yo “no puedo llorar”? cómo me voy a “bancar” esas intensidades si en mí las desconozco? La verdadera fortaleza acontece en la posibilidad de integrar emociones y sentirlas. Es fuerte un guerrero que registra su miedo –en tanto límite-, ya que en batalla va a poder registrar cuando retirarse. Y así poder enfrentar una nueva batalla…

Siguiendo este enfoque humanizante del hombre en posición de criar es necesario ubicar que el bebé nace en posición de ser criado –o de apegarse-. Y estos

-conducta de crianza del lado del progenitor y conducta de apego del lado del bebé diría John Bowlby- son dos movimientos complementarios en el vínculo.

Pero cómo darse cuenta? La conducta de crianza existe en todo ser que va a

Paternar, solo hay que poder descubrirla y sentirla. Es decir, abrir una zona de contacto con el propio ser a través de la cual percibir ciertas maneras de establecer vínculo con la crianza. No hay mucha palabra que explique esto…

Es que después del nacimiento, de manera inmediata, se despertó en mí algo desconocido. Simplemente algo que me recorria por los brazos que era simplemente deseo de abrazar. Pero, claro, ya había abrazado anteriormente en mi vida. Se trataba de una abrazo distinto. Un abrazo que contiene, sostiene y establece bordes. Nunca había tenido ese sentimiento antes. No se asemejaba en nada a abrazar a un adulto por amor o necesitado de contención y sostén. Se trataba de otra cosa. A “esa otra cosa” John Bowlby la definiría como conducta de crianza. Así como el bebé nace con “algo” espontáneo llamado conducta de apego (mirar hacia la madre ni bien nace y/o reptar hacia el pecho materno). A la conducta de apego (del lado del bebé) le corresponde conducta de crianza (del lado de los padres). Y esos primeros momentos en el que se ofrece cohesión a un ser recién nacido es lo que llamamos “función materna”. Pero como estoy intentando ubicar aquí, nosotros hombres, también podemos maternar! Y si, cuando la mujer vuelve estresadísima de dar a luz, o mismo durante el parto, o cuando termina de amamantar o no dormir para dar teta. Esa mujer –madre va a necesitar de nosotros que la suplantemos en su función contenedora y de brindar cohesión al bebé. Claro que con otros matices, otro tono de voz, otro tono muscular, etc…El lenguaje no –verbal que va a tener con nosotros el bebé va a ser muy distinto y también va a ser un esbozo y comienzo de lo que más adelante será la “función paterna propiamente dicha”. Pero en ese momento en sentido estricto podemos considerarnos una mamá sin teta!, ya que lo que está en juego ahí es sostén, borde, cohesión, vínculo existencial. Es aquí un interesante momento para que el hombre despliegue su máxima sensibilidad y contacto a través de lo no-verbal, visceral, intuitivo. Elementos que siempre tuvieron connotación de lo femenino en términos de “sexto sentido”.

Más adelante durante la fase intermedia del desarrollo ( después del año y medio) se encuentra todo el tema de la puesta de límites y construcción de la corporalidad hacia fines de un juego socializante.

Cuestión vinculada esencialmente a establecer una separación definitiva, en términos de desarrollo, de la madre. Sin esta separación de la madre –a través de la función paterna- la criatura en desarrollo queda expuesta y condenada a permanecer en estadios de apego temprano patológicos ya que su maduración psico-afectiva-motora le está permitiendo en estos momentos comenzar a explorar el mundo más allá de los límites impuestos por una relación simbiótica con la madre. Y tanto como antes hablabamos de “función materna” en donde no necesariamente es siempre la madre real la que lo ejerce (esperemos que sea ella!!), ahora hablamos de “función paterna” incluyendo a la madre en esta alternativa (esperemos que sea el padre real!!). Ejemplo de esto es la madre deseando algo más allá que su propio hijo. Ese “algo” comienza a funcionar como terceridad. Y esa terceridad es lo que pone separación entre ella y su hijo, o sea la función paterna (ejemplo: la madre se va a trabajar).

Pues bien, en el mejor de los casos se encuentra la madre real y el padre real ocupando las funciones tanto materna como paterna. En este caso, es aquí donde nosotros los hombres (si las mujeres lo permiten!), entramos de lleno a ocupar un lugar en la construcción del mundo subjetivo del infante. Y lo hacemos por el simple hecho de que el infante ya ha construido la posibilidad de internalizar a la madre –al otro-, y esto le ha otorgado sentimientos de continuidad y cohesión en el mundo. El niño comienza a salir del mundo simbiótico con la madre, quien se adapta a él en sus necesidades, hacia la complejidad de un mundo en donde él deberá adaptarse. Y lo hará en el mejor de los casos de la mano del padre. La “puesta de límites” a fin de cuentas es en relación a la madre, a un mundo en donde él es el centro y ese mundo se adapta a él. Ahora en esa nueva etapa, él se enfrentará paulatinamente a la tarea de comprender, a través de sucesivos límites, que no es el centro del mundo, que el mundo no se adapta a él, sino que él se incertará a un mundo que ya funcionaba antes de que él existiese con sus distintas formas y matices.

El juego en este momento es central. Y en todo caso un juego desplegado en un cuerpo a cuerpo que permita desplegar la mayor posibilidad de despliegue de acción muscular, con la amplitud respiratoria consecuente y finalmente la risa y la carcajada. Esto permite que se complete un ciclo vital pulsatorio de máxima expansión- relajación con la firme consecuencia de alojar en el mundo interno del infante sentimientos de confianza y bienestar, para que luego pueda irse a dormir con tranquilidad… porque nada quedó pendiente. El juego construye límites corporales en términos de construcción y sociales en términos de adaptación activa a una realidad. El infante, por supuesto, fiel a su “naturaleza” va a intentar “transgredir” los límites. Y lo hará con el propósito de investigar dónde se encuentra el padre en relación a ese límite que quiere transmitir: Es algo que tiene internalizado, en lo que realmente cree o es impuesto por algún sistema de creencias o “deber ser” ante el cual el propio adulto no está atravezado?

Quisiera ofrecer la propuesta de que esa “puesta de límites” sea través del amor y el respeto, que sería a fin de cuentas, ejercer disciplina con amor (“Disciplina con Amor” de Rosa Barocio). Me refiero a la posibilidad de establecer límites a través una posición interna firme que incluya la posibilidad de conectar el enojo por parte del padre con la suficiente plasticidad y flexibilidad que permita desenojarse y mostrar cariño y afecto al hijo una vez que ya fue establecido el límite para que el niño no se sienta abandonado o no querido en su ser profundo…el enojo es con la situación, no con el niño, y su expresión en la relación con el hijo/a es con el claro objetivo de ayudarlo a crecer (enojo en tanto gesto espontáneo – Winnicott-)

No es lo mismo limitar una acción que puede dañar al niño o a su entorno que limitar la potencia muscular creciente – que permite la musculatura en desarrollo- a través de dañar su narcisismo naciente, ejemplo: “viste yo te dije, ahora que te caiste jodete”.

La potencia muscular genera un placer kinestésico –de movimiento- que fascina al niño. El famoso “viste yo te dije” cuando el niño falla en su exploración kinestécica genera en él una humillación en su ser que se suma a la frustración por no haber logrado su cometido. Lo que el niño necesita en ese momento es una confirmación en su ser independientemente del logro final, por ejemplo cuando el niño llora por su fracaso decirle: “bueno ya te va a salir la próxima vez… papá tampoco podría subir sólo a ese árbol tan grande…”, a través de un abrazo corporal y el lenguaje verbal. Eso reconforta al niño en su ser profundo y a la vez le devuelve un límite que él necesita construir ya que su anhelos comienzan a ir más allá de sus posibilidades corporales en desarrollo. A la vez que el padre se muestra también atravezado por un límite- ley- ante el cual sólo poder hacer ciertas cosas y no otras. Cualquier hombre que se muestra atravezado por la ley-límite- se encuentra en la capacidad de poder paternar, es decir ejercer sobre otro la transmición de la ley.

Muchos padres angustiados y temerosos de que su hijo se dañe o dañe a otros y con el ánimo de “no ser permisivos” ejercen la ley de manera sádica-irónica destruyendo al niño a través de humillaciones a su ser, con la amenza de retirar el amor y despreciando su accionar sobre el medio. Lo hacen adjudicando un adjetivo a su accionar, por ejemplo: “sos estúpida!” “ahora que hiciste eso no te voy a hablar más durante toda la semana”, en lugar de guiar la acción hacia fines altruistas para el colectivo humano. Siguiendo el ejemplo, en lugar de “sos estúpida”, puede ser “tus gritos me molestan y pueden molestar a los demás… si seguís gritando nos vamos a ir…” simplemente, o explorar qué le podría estar pasando detrás de esos gritos… sueño, hambre, pedido de contacto, etc. Es decir llevar a la conciencia creciente del niño hacia una comprensión en la cual él sienta que su accionar tiene consecuencias sobre él y los otros. Y no que su accionar “naturalmente no organizado en vias de organizarse” traiga como consecuencias durante el proceso de desarrollo psicomotor –afectivo secuelas en su sentimiento de existir, en su ser. “Soy estúpida”, “no valgo” “si me expreso no me van a querer” son consecuencias típicas que vemos hoy en la clínica de seres criados a la luz de la humillación, y desprecio de su ser.

En síntesis lo que se está señalando aquí es poder ubicar, en tanto padres, la diferencia entre proporcionar una identidad o adjetivo (“sos estúpida”) desvalorizante cuando en realidad lo que se intentaba señalar al hijo era una acción no concensuada por el mundo adulto como válida ya sea para el bien común como para el bien personal.

El adjetivo desvalorizante encierra a la criatura en una identidad que más tarde en su desarrollo va a producirle trastornos en su mundo vincular adulto. Por el contrario, el señalamiento de la acción con el objetivo de guiarla hacia fines “sanos” tanto para el bien común como el personal trae como consecuencia la capacidad de ser creativos con uno mismo como con el colectivo humano ya que su valoración afectiva, tanto como el ser en desarrollo quedan intactos en su integridad. Su ser interno no fue dañado, su accionar fue guiado. Como el árbol pequeño al que uno le coloca un “tutor” para poder sobrellevar los avatares del clima durante su crecimiento infantil. Su fuerza interna permanece intacta, pero guiada. Y una vez construida su propia estructura poder tomar “sus propias decisiones” hacia donde desarrollarse y crecer.

Cuando el niño/a crece y comienza a ser más conciente de las consecuencias de su accionar ahí sí el adjudicarle un adjetivo- identidad puede ayudarle a construirse una imagen del mundo y sus posibilidades, siempre y cuando esa adjetivación- identidad no estén cargadas de desprecio hacia el ser y no tengan tanto peso. Ejemplo, está bien aprobar un examen y es de buen alumno pero más importante aún es valorizar el esfuerzo de haber invertido tiempo en concentrarse para tal fin independientemente del resultado final. Con lo cual lo dicho anteriormente con respecto a la adjetivación y adjudicamiento de identidad versus señalamiento de la acción o actitud es válido para este otro momento del desarrollo.

Hsta aquí el intento de transmitir simplemente un ánimo con respecto a la paternidad. Es una de las tareas más maravillosas que me ha dado la vida y espero que a quienes lean este escrito también les suceda. Y deseo que cada hombre pueda establecer vínculo con la paternidad al modo que le es propio siguiendo sus propios “surcos de intensidad” para con la vida. Que ese hombre pueda vivir su propia vida que le es afín sea lo que sea, ya que de ese modo será, en tanto padre, ejemplo de lo que va transmitir. Ejemplo firme y claro ante el cual y a partir del cual el hijo/a pueda crecer, construirse en su subjetividad.

Siempre desde el amor.

Un amor incondicional que da todo y no espera nada.

Y que fundamentalmente carece de expectativas.

Gastón Rigo.

Lic. Gastón Rigo

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Dirección general: Lic. Gastón Rigo

Psicólogo UBA / Psicoterapeuta Corporal con Certificación Internacional

International Senior Trainer of Biosynthesis