La inmersión clínica entre el Psicoanálisis y la Biosíntesis
Escuela Argentina de Biosíntesis
17/11/2023
El siguiente Escrito, representa la instancia de Certificación Internacional en Biosíntesis. Apuesto a intentar respuestas a preguntas extremadamente simples: ¿por dónde pasa un tratamiento, la escucha y la intervención? En la búsqueda de esas respuestas, parciales, subjetivas, conceptuales; iré trazando un mapa servido de coordenadas que vienen del buceo (como metáfora), el psicoanálisis, la biosíntesis y mi propia historia personal.
Formadores:
-Liane Zink, Formadora internacional y directora del Instituto de Análisis Biogenético de Sao Paulo y del Instituto Brasilero de Biosíntesis.
-Eunice Rodrigues, Formadora internacional y directora del Centro de Biosíntesis de Salvador Bahía, Brasil.
-Gastón Rigo, Formador local, director de la Escuela de Biosíntesis Argentina.
A quienes les estoy profundamente agradecida, por haber sido referentes, maestros y fuente de las más diversas inspiraciones para la vida profesional y la vida misma.
Introducción
El presente escrito tiene como intención tejer algunos conceptos entre en Psicoanálisis y la Biosíntesis. Recuperar algunos de los principios fundamentales instalados por Freud (desde fines del sigo XIX) y desde ahí, iluminar nuestras prácticas actuales como psicoterapeutas psicororporales.
Me propongo instalar una pregunta, ¿por dónde pasa un tratamiento, la escucha y la intervención? ¿Es posible la abstinencia en un encuadre psicocorporal?
¿Abstinencia de qué cuando tocamos, movemos, o invitamos al paciente a mover su cuerpo en el espacio de la sesión?
Cuando doy cuenta de mi recorrido formativo, de cierta identidad como psicóloga (digo “cierta” porque la identidad no es fija ni inamovible) siempre traigo la misma imagen. Me formé como psicóloga en la UBA que me otorgó un esqueleto (estructura) fuertemente Psicoanalítica, luego mi primer formación de posgrado fue en Bioenergética donde adquirí la comprensión del funcionamiento del cuerpo (la musculatura y su relación con la represión, el flujo de energía metabólica, las defensas de carácter, la identidad funcional mente-cuerpo) para unos años más tarde, llegar a la Biosíntesis y alojar mi alma (aquella mirada existencial, que supone y comprende al psicoanálisis y el trabajo con el cuerpo, pero se permite ir más allá…) De manera transversal, a estos tres momentos, el trabajo con y desde el vínculo (me refiero a Winnicott en primer lugar, Bowlby, Stern y el campo vasto de las Teorías de Apego)
Me encuentro después de 18 años de trabajo clínico con pacientes, en esa espiral siempre ascendente, volviendo a mis primeros recorridos, releyendo algunos postulados del psicoanálisis, de una nueva manera, absorbiendo -en términos de Boadella- con un cuerpo y un alma vigorosos después del recorrido.
La formación nos permite dar forma. Quizás en eso estoy, en mi propia metamorfosis como psicóloga clínica, entre la psicoterapeuta y la analista, convulsionando en mi interior, algunas reflexiones, que hoy quiero compartir…
Bucear en Apnea (o abstinencia?)
Una noche de mucho silencio, vi la película “La inspiración más profunda”[1] donde se desarrolla de un modo creativo y vívido, las peculiaridades de la apnea. Deporte extremo, que se lo da a conocer a través de la biografía de la apneísta italiana, consagrada mundialmente, Alessia Zeccihini.
Sentí en esos relatos y testimonios una metáfora, que podía ofrecerme imágenes para sustentar mis preguntas. Al escuchar a los distintos apneístas, las sensaciones que sumergirse generan, podía identificarme con lo que siento a diario cuando escucho a un paciente. Cito alguna de esas frases “Mi consejo es que la relajación mental es la base de la apnea. Si queremos tener éxito bajo el agua debemos estar relajados y no correr de prisa hacia una meta”. Otra “Al sumergirme, conteniendo la respiración, desaparecen todos los problemas de la vida cotidiana. Ahí abajo no existen. Es hermoso”…“la apnea te permite conocerte con mayor profundidad” Cuando escuchamos a nuestros pacientes algo se apaga, algo se enciende. El diálogo interno se detiene, la atención empieza a flotar…
La apnea, es una técnica de buceo que consta de sumergirse sin oxígeno, sin asistencia más que la última inspiración. Es una prueba deportiva en la que se mide la capacidad de estar bajo el agua, o a la máxima profundidad a que se puede bajar a pulmón libre.
¿Y si la sesión de terapia es como bucear en apnea?
¿Por dónde pasa un tratamiento? ¿Cuáles son las coordenadas para la escucha y la intervención del terapeuta o analista? ¿Qué es la escucha clínica?
Uno inhala para después sumergirse en el profundo océano, adentrarse en el paisaje submarino del inconsciente del paciente.
Ya la vida de la superficie queda atrás. El propio territorio existe, lo sabemos, pero lo abandonamos por una hora (en tiempo real, que es más complejo que eso) pues si hay una de las leyes que gobiernan la vida del inconsciente, es justamente su atemporalidad. Una vivencia puede estar inscripta, con una carga afectiva, sin ninguna garantía de que el paso del tiempo la moverá.
En sesión el tiempo se detiene -no, el tiempo real- el tiempo de las propias preocupaciones o diálogos internos.
Nos entregamos a la oscuridad, al silencio y escuchamos. En la apnea, como en los primeros minutos de una sesión se hace una fuerza, para atravesar la presión de la superficie. Dice Alessia Zecchini “Cuanto más desciendo la presión comprime el aire en mis pulmones, hasta que mis pulmones son del tamaño de mi puño. Después de los 30 metros la presión me empuja hacia abajo. Se llama caída libre. Y para mi es la mejor parte. Es como si estuvieras volando. El silencio es único. Es como estar en el lugar más tranquilo del mundo. La entrega forma parte de esto. Es como un subidón. Que el mar te succione puede ser aterrador incluso para los apneístas”
“Del útero a la tumba” es uno de los capítulos del libro de Boadella, Corrientes de Vida. Y si la sesión de terapia es adentrarnos en un espacio-tiempo, metáfora de ese útero del que venimos… de esa tumba a la que vamos? Un lugar, donde el silencio es único[2].
Un lugar donde el silencio es clave.
Dice Boadella “El corte del cordón umbilical marca el punto de transición entre la vida oceánica del útero y la vida terrestre de la existencia posnatal. No hay ningún camino de retorno, aunque en los estados psicóticos o en otras formas de regresión involuntaria el sujeto se aferre a condiciones de tipo uterino. Podríamos designar a esos estados como ¨ligados al útero simbióticamente¨”[3] Durante la sesión, ¿en qué lugar estamos? ¿En la vida oceánica del útero?, ¿en la vida terrestre posnatal? Acaso como en un sueño la asociación libre no nos permite construir un hilo inconsciente, invisible e invencible, que permite la multidimensión de ir y venir, desafiando las coordenadas de tiempo y espacio, océano y tierra.
¿Qué condiciones ofrece una sesión para que “algo” subjetivamente diferente acontezca en la vida de nuestros pacientes? Como hacemos para que un gesto, un movimiento, un pensamiento nuevo… nazcan!
¿En qué se diferencia una sesión de psicoterapia de una charla con una amigo/a o persona de confianza que disponga de cierta presencia, entonamiento, cualidad amorosa, con una escucha disponible, lo más limpia de prejuicios o juicios de valor?
La apnea como metáfora de la abstinencia, nos ilumina. En la escucha del analista el viaje es del paciente. Se trata de adentrarnos en las profundidades de quien habla. El tesoro a descubrir es rodear, tocar, develar el deseo del paciente (aunque aquel nunca podrá ser puesto en palabras) Encontrar las coartadas que lo esconden, el miedo que lo camufla, el gesto del alma diría Liane Zink[4], que insiste y se escapa burlado nuestras corazas o falta de ellas.
Respiramos en la atmósfera del paciente. El deseo del analista, si es fundamental para que «algo» suceda, e inevitable; es que el paciente toque este lugar. ¡Jamás desear por el otro!
“El movimiento de la vida sigue la flecha del tiempo; es direccional. La dirección es hacia adelante. Pero la flecha del tiempo apunta a la finitud, la muerte y la no-existencia. Martín Heidegger ha definido la vida como ¨ser hacia la muerte¨… ¿quién quiere progresar si la muerte es la solución final?”[5], se pregunta David Boadella.
Las coordenadas que delimitan, encuadran el espacio-tiempo de una sesión, son complejas. No se trata de recrear un útero, tampoco, ni necesariamente el trabajo en todas las sesiones se presentará regresivo. Lo que vamos a recrear es un espacio VACÏO, donde la presencia y la escucha del terapeuta son el continente, para que algo del paciente se despliegue por fuera de su existencia ordinaria, metonímica.
Entre el útero y la tumba, ¡la vida! Si nos animamos al riesgo de sentirla.
Coordenadas que se entretejen sesión a sesión. Con la subjetividad del paciente y la del terapeuta, como hilos. Pero atentos, subjetividades puestas en juego de un modo completamente diferente. El vínculo es asimétrico, no es recíproco, el terapeuta tiene la responsabilidad, “estar” para su paciente (¿de cualquier modo?, por supuesto que no)
El terapeuta va tejiendo con aquello que aparece en el discurso del paciente, con aquello que insiste en los movimientos de su cuerpo. Teje con la experiencia teórica (científica) que le ha dado su formación profesional, teje como experiencia artística y artesanal que le va otorgando su propia vida. Del encuentro entre la ciencia y el arte, al calor del encuentro entre paciente y terapeuta, nace una chispa… del encuentro de ambos, nace el amor[6].
¿Qué tipo de amor?
De eso voy a intentar hablar…
Iniciación
Desde pequeña me sentí atraída por bucear en las profundidades del otro. Quizás hasta desafiando la muerte, a riesgo de salir muy dañada o asfixiada después de algunas inmersiones.
Inhalar y adentrarme detrás del gesto rígido de mi madre y tocar su dolor, me dejaba entender que su cara era el reflejo de sentirse sola dentro del matrimonio, queriendo que mi padre esté más presente en la crianza de mis hermanas y la mía, presente en el contacto y en la búsqueda del tiempo compartido. Descubrir que mi madre estaba triste me permitía comprender su cara apretada y las risotadas que llegaban, cerveza mediante, muy de vez en cuando como quien se permite vacaciones. Sumergirme en su atmósfera interna me dejaba abrazarla, sentirla cerca a pesar de su ropaje frío y contracturado.
Para con mi padre sumergirme, realmente podría haberme costado la vida. Creo que de hecho aún no he terminado. Sólo que mejoré mucho las pautas de seguridad. Bucear en apnea. Hacer mi inhalación más profunda y sumergirme en su paisaje, me llevó en caída libre, a tocar lo siniestro. Un agujero negro, sin ningún tipo de representación, sólo una sensación helada. Ahí casi no vuelvo.
Creí que al retornar a la superficie mi psiquismo se habría roto en pedazos. “Voy a enloquecer”. Sin embargo como dijo Lacan «no se vuelve loco quien quiere». La locura habría sido una linda manera de escaparme de vivir con aquello que hallé. Pero no sucedió. Algo dentro de mí resistió el embate.
¿Y ahora? Detrás del mal humor, los estallidos de enojo y su brutal distancia; mi padre tenía encapsulado la vergüenza y el terror. Pulmones donde no entra el aire, intestinos para siempre irritados.
¿Y ahora qué hago con ésto? Fue una pregunta a lo largo de mi vida. Vuelve a serlo de vez en cuando. He respondido parcialmente y ensayado distintas respuestas. Hoy puedo vivir con eso, haciendo negociaciones, separando las cuentas, discriminando sus deudas de las mías y ofreciéndonos paz… a él y a mí.
Salí del océano negro yendo en apnea, hacia el interior del océano de mis padres. Necesitaba entender. O creer que podía hacerlo. Construir un relato que me ofrezca algún sentido donde hacer pié y así poder tomar, lo que sí había. Que no era poco ni despreciable. La incondicionalidad de mi madre, la vocación determinada de mi padre. El deseo de amanecer siendo familia, aún en la trinchera.
Un relato que pudiera resignificar una y otra vez, ya en mi vida adulta.
“El deseo es siempre un elemento problemático, disperso, polimorfo, contradictorio, sexual e inconsciente”[7] dice, Sofía Rutenberg.
El deseo nos deja pistas, arma coartadas, podemos descubrirlo por sus efectos.
Me volví fanática de sumergirme a descubrir lo que está detrás, por debajo de lo que se dice, las verdaderas confesiones, las inconscientes.
A mis quince años esa voz se pronunció con una asombrosa claridad dentro mío, “¡Psicóloga!” “voy a ser psicóloga”. Gran ancla ordenadora. Eso ayudó a que mi práctica tengo un espacio y un lugar acorde. Una retribución llegado el momento.
Siempre digo, que al escuchar a mis pacientes… descanso de mí.
Pautas de seguridad
Sugiero ver el documental “La inspiración más profunda”. A riesgo de spoiler, sino no puedo desarrollar la idea, la película muestra el camino que desde niña inició Alessia Zecchini, hasta convertirse en una de las mejores atletas y campeona mundial en apnea.
Desde pequeña la niña italiana decía: “quiero cumplir mi sueño a toda costa, quiero ser una apneíta famosa. Natalia Molchanova es mi más grande ídolo, quiero ser como ella una campeona mundial”. N. Molchanova había conseguido todos los records mundiales. Y A. Zecchini seguía sus pasos desde muy joven y con asombrosa rapidez, queriendo ser la segunda mujer en obtenerlos.
Mientras A. Zechinni se encontraba en una competencia (Vertical Blue) llega la noticia de que N. Molchanova había muerto, desaparecida en la costa de España (nunca recuperaron su cuerpo). “Si le podía pasar a Natalia, nos podía pasar a todos” dice Alessia y continúa “estaba muy asustada, descendiendo cada vez más, sintiéndome encerrada, puedes ver cosas que no existen. Es todo negro. Quería darme la vuelta y regresar. No me sentía segura”
Alessia tenía un poder sobrenatural para la apnea, el mar era su hogar, ella misma parecía ser una fuerza de la naturaleza. Sin embargo con la noticia de la desaparición de N. Molchanova, se desmayó -antes de llegar a la superficie- en las tres inmersiones que había realizado. Estaba en plena competencia cerca de que la descalifiquen. Stephen Keenan, estaba cumpliendo el rol de apneísta de seguridad, fue él quien desarrolló esta función específica dentro del deporte, debido a varios accidentes que les costaron lesiones severas o la vida misma a distintos aficionados. Cito a Stephen, “La apnea es un deporte muy psicológico hay muy pequeñas facetas que pueden afectar una inmersión”.
El vínculo entre el buzo y quien lo cuida marca la diferencia. Allá abajo el misterio, el riesgo de volver lesionado o de no volver. Stephen declara que “la persona ideal para velar por la seguridad de un apneísta es otro apneísta. Un buzo no puede hacerlo”. Cuanta semejanza, no es posible ofrecer una escucha clínica sin haber sido escuchado desde ahí. Mucho menos tocar el cuerpo de un paciente sin haber vivido esa experiencia, primero siendo pacientes. Cómo bucear en el inconsciente de quien nos consulta sin haber hecho esa tarea primero en nosotros.
Tocamos la noche, lo innombrable. El enigma que representa la sexualidad y la muerte. ¿De dónde venimos, a dónde vamos? Es tan importante que el terapeuta pueda crear las condiciones de seguridad para que el paciente se sumerja unos metros más, pueda quedarse y registrar lo que sucede en la profundidad alcanzada o empiece el ascenso para llegar a la superficie antes de que sea demasiado tarde.
Cuando Stephen decide entrenar con Alessia, ella logra después de un par de días, ganar la competencia. Marca un nuevo record mundial, se sumerge 104 metros bajo la línea del mar. ¿Cómo es posible, antes se había desmayado y ahora este vínculo con su entrenador, le permite marcar un nuevo record en tan solo dos días? Dice Alessia, “Steve me inspiró confianza de inmediato. Su mirada era suficiente, antes de bucear nos mirábamos y eso me daba fuerza. Sentir su presencia me hacía sentir segura en la oscuridad”.
¿Cómo saber? ¿Cómo darnos cuenta de cómo intervenir? ¿Sostener el silencio? ¿Abrir una pregunta? ¿Proponer un movimiento? Quién nos guía para tomar esas micro decisiones al interior de la sesión. El paciente se lanza al agua. Nos toca dirigir esa situación. Somos responsables del espacio-tiempo de un paisaje que no nos es propio. ¡Que desafío!
De golpe pareciera una situación imposible.
Recuerdo mis diálogos internos cuando debutaba como psicóloga clínica y llegaban los primeros pacientes y me mostraban su dolor, sus miedos y broncas; pensaba “¿quién soy yo para decirle algo, con qué autoridad mi palabra es válida?” Rápidamente comencé a descubrir, que precisamente no se trataba de quién fuera yo – ni de mi yo- sino de lo que podía decir a partir de escuchar, descubrir quién es ese otro que habla, quién habla allí en eso que el paciente dice. Mi yo estaba en silencio… algo empezaba a suceder.
El consultorio se transforma en una nave espacial o un submarino, a través del cual viajamos a otros mundos.
Un viaje que requiere de mucho entrenamiento previo, mucha ciencia en la propia formación. Freud dice que el analista encuentra su posición sentándose en un banquito de tres patas. Un trípode constituido por la formación, la supervisión y el propio análisis. Si alguna de las patas falta o está floja, el analista tendrá puntos ciegos en la escucha que lo vuelven inestable en su función.
También hemos escuchado fuertes críticas de la comunidad científica hacia la falta del rigor del psicoanálisis para validar la existencia del inconsciente y sus determinaciones desde un estatuto científico. Y nuestro abuelo Freud ha respondido con elegancia y tenaz trabajo, diciendo que la eficacia del psicoanálisis puede demostrarse por sus “efectos”. Respuesta que ha llevado a compararlo más con un trabajo artístico que científico, pues lo es, sin dudas también.
Dice Freud, refiriéndose a aquellas enfermedades que no se curan con cirugías o medicamentos, “Seguirá siendo imprescindible el psicoanálisis practicado con arreglo al arte, no amortiguado, que no teme manejar y dominar en bien del enfermo las más peligrosas mociones anímicas”[8]
Si bien la posición del analista es la abstinencia, su forma de construir esas coordenadas que abren direcciones, por ejemplo una pregunta, no es sin su condición subjetiva, singular. Lo novedoso del encuadre radica en que esta condición subjetiva del analista es usada de modo tal que no interfiera en el despliegue de la subjetividad del paciente.
El analista o terapeuta, va enlazando de manera artesanal con aquello que el paciente va desplegando (que puede ser sumamente jugoso, poco interesante, confuso, desbordante). No hay nunca una sesión igual a la otra, no hay protocolos de intervención, ni recetas más o menos certeras.
Y allí donde ciencia y arte se van encontrando nace el amor. El amor de transferencia, que es sin lugar a dudas, una forma del amor también. Amor fundamental para que un tratamiento acontezca. Y he aquí el nudo de mi ensayo.
¿Cómo manejar ese amor, transferencial, humano? Abstinente.
La abstiniencia como fundamento
En 1914 Freud escribe “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia” y si bien tenemos a un Freud que le hace honor a su época y despliega en ese texto un análisis circunscripto al amor de transferencia de las pacientes mujeres sobre la figura del médico (analista varón), mucho de lo que allí postula tiene aún vigencia, si pensamos en la abstinencia como una regla fundamental para que un tratamiento funcione.
Dice Freud, respecto de las críticas de los legos sobre el amor de transferencia y la peligrosidad del método terapéutico “el psicoanalista sabe que trabaja con las fuerzas más explosivas y que le hace falta la misma cautela y escrupulosidad del químico.”
La abstinencia como la apnea es aquello que preserva nuestra escucha y presencia. La preserva de actuar desde nuestra contratransferencia, de actuar impulsivamente desde el océano propio. La abstinencia sería como la línea del juego que marca la cancha, de acá para allá es “afuera” y de acá para acá “es adentro”. Claro está, que en el mundo del psiquismo y el cuerpo, a veces la línea no está dibujada de un modo claro y preciso.
Mi cuerpo, sus sensaciones y sentimientos, mis pensamientos, mi inconsciente (y todo su registro concreto y sutil) están ahí vivos, pulsando, inhalando y exhalando; elaborando y trazando el próximo paso… en apnea.
La apnea como correlato de suspensión del yo, posibilitará una escucha desde la atención flotante, sumergidos en el discurso del paciente (dirá el psicoanálisis) en su atmósfera o paisaje (agregará la biosíntesis) Escuchamos, pero también observamos movimientos, flujo de energía, tono muscular, entonces el viaje es único e irrepetible. Siempre singular. En las coordenadas del paciente.
El saber está del lado del paciente. La dirección de la cura, hallar su deseo, dirá el psicoanálisis. Conectar al paciente con su propia energía curativa, dirá la biosíntesis.
Somos testigos, personal de seguridad, acompañantes, intervenimos si es necesario con mayor o menor fuerza. Pero el paciente no está para mí. Y esto es una regla fundamental para que el espacio se establezca. El lugar preciso por donde un tratamiento puede acontecer. A eso me refiero con abstinencia.
Continua Freud, con el surgimiento del enamoramiento y la apasionada demanda de amor por parte del paciente y dice “El analista jamás tiene derecho a aceptar la ternura que se le ofrece ni a responder a ella”. Y plantea una pregunta, “de qué modo debe comportarse el analista para no fracasar en esta situación, si es cosa para él decisiva que la cura tiene que abrirse paso a pesar de esa transferencia amorosa y a través de ella?”… “Exhortar a la paciente, tan pronto como ella ha confesado su transferencia de amor, a sofocar lo pulsional, a la renuncia y a la sublimación, no sería un obrar analítico sino un obrar sin sentido… Uno habría llamado a lo reprimido a la conciencia solo para reprimirlo de nuevo, presa del terror”[9]
La abstinencia es en el espacio de terapia, análoga a la Ley de Prohibición del Incesto en una familia. Ella es la regla que posibilitará que el vínculo sea un espacio seguro, confiable, saludable o exactamente, todo lo contrario (si se quebranta esa Ley).
Que peligro. El riesgo de construir una relación afectuosa, íntima, cargada de dependencias, nos acecha siempre. Podemos reforzar, sin darnos cuenta y en nombre de la mejores intenciones; síntomas que justifiquen y encubren el apego, en los confines de un encuentro de pares «disfrazado» de terapia. Donde el paciente es objeto destinado a tapar carencias del terapeuta. O el terapeuta en una exquisita e inconsciente alianza terapéutica, refuerza los síntomas del paciente justificando aquello que le pasa.
Virginia Wink Hilton, lo plantea en estos términos, “La naturaleza de la relación entre paciente–terapeuta es de una gran intensidad en una díada íntima, donde el terapeuta se percibe estando en control y teniendo el poder. El paciente está en una posición de dependencia. No hay reciprocidad, ya que el terapeuta revela comparativamente poco acerca de sí mismo, dejando enormes espacios que invitan a la proyección. Que el paciente pueda proyectar en el terapeuta los aspectos del objeto largamente deseado significa que la transferencia es la más poderosa herramienta que tenemos para sanar, cicatrizar y corregir lo equivocado. También puede ser la fuente de la mayor destrucción. Es humanamente difícil no usar erróneamente ese poder, si uno está intentando la reparación del daño edípico propio. El terapeuta tiene la posibilidad tanto de seducir como de rechazar lo que él ha experimentado cuando niño”[10]
Abstinencia de actuar desde mi contratransferencia. Y si esta “actuación” es inconsciente, ¿cómo garantizar que esto no ocurra? ¿La regla fundamental, esta posada sobre un imposible? Pues somos hijos de la castración y portamos (inevitablemente y menos mal) nuestro saber no sabido. Entonces, cómo hacemos para ofrecer esa escucha abstinente. Cómo convertirnos en buceadores olímpicos y respirar en el paisaje del otro, sin poner el propio paisaje en juego. Y a su vez, intervenir.
A diferencia de la medicina donde el saber está del lado del médico/a. En psicología, y desde el psicoanálisis en adelante, sabemos que en este tratamiento, el saber va a estar del lado del paciente.
“Las sensaciones experimentadas durante las primeras semanas están allí, intactas, y basta con un momento de nostalgia más fuerte que otro para que vuelvan a asediarnos y doblegar nuestro cuerpo de adulto” al decir de Anne Dufourmantelle. Continúa “Cada uno de nosotros pacta con el diablo a su manera. Mantiene con él una conversación que trata de conservar en secreto total”[11] Construimos dependencias, a sabores, rituales, olores y personas, que construyen un paisaje familiar, para soportar nuestra humanidad. Buscamos una integridad (unos puentes entre el endodermo, mesodermo y ectodermo) pero de alguna manera siempre estarán fallidos, inacabados, funcionando parcialmente. Continúa, “El resto está en la noche, nuestra noche de humanidad. La que ningún análisis podrá desalojar sino solamente rozar, quizás nombrar como uno aprendería palabras de un idioma extranjero. Puesto que eso nace en el cuerpo uterino del que no conservamos ninguna memoria, que no obstante nos constituye y nos sostiene”[12]. Hermosa descripción del inconsciente, de su presencia sustancial y efecto de castración. Del núcleo vital, constitutivo e intocable. El proceso siempre será inacabado…
Nos sumergimos con el paciente hacia la noche, con nuestra noche acuestas. Se abre durante la sesión una comunicación no verbal que va del inconsciente del paciente hacia el inconsciente del analista. Esto se enciende cuando el diálogo interno del terapeuta, se apaga. Nos servimos de aquello que va emergiendo desde esa profundidad propia. Nos llama la atención un gesto que insiste, un movimiento de manos que acompaña y acentúa o contradice lo que el paciente trae, una palabra, un significante que empieza a pesar y traer una sustancia diferente. Un brillo en los ojos que destella de golpe, una boca que se aprieta, un relato más vívido que la vez pasada… somos expertos en observar detalles. Cazadores que con exquisita paciencia aguardan, esperan, el movimiento de la vida sobre el de la muerte.
Pero tenemos que entrenarnos, sólo podremos acompañar a los pacientes a rozar su noche y sumergirse unos metros más, si conocemos nuestros “puntos ciegos” como analistas, en términos de Freud. Retomo la idea, posar nuestra escucha (presencia) sobre un trípode de tres patas, la formación, la supervisión y el propio análisis.
En lo que respecta a la formación, comprender profundamente de qué nos abstenemos al decir abstinencia, me parece crucial. No estamos incitando a perder la espontaneidad en el gesto, ni empapelar nuestro consultorio de paredes blancas.
Bien lo explicita Reich, en su libro Análisis del carácter, “El analista nunca es una ¨pantalla en blanco¨; las características personales del analista son un hecho que, ante todo, nada tienen que ver con la transferencia”.
Continuemos aún más, dice Freud “Si su cortejo de amor fuera correspondido, sería un gran triunfo para la paciente y una total derrota para la cura. Ella habría conseguido aquello a lo cual todos los enfermos aspiran en el análisis: actuar, repetir en la vida algo que sólo deben recordar, reproducir como material psíquico y conservar en un ámbito psíquico”… “Consentir a la apetencia amorosa de la paciente es entonces tan funesto para el análisis como sofocarla”[13]
Debemos cuidarnos tanto de ahuyentar la transferencia amorosa, desviarla y con igual firmeza de corresponderla. “Uno retiene la transferencia de amor, pero la trata como algo no real, como una situación que se atraviesa en la cura”[14] transferencia de la que se sirve la resistencia. Los sentimientos tiernos ya estaban allí, pero pueden aumentar y transformarse en un obstáculo -cierto desconcierto para el analista- para entorpecer el avance de la cura. Frenar el acceso a aquel material inconsciente que empieza a sentirse más cerca.
Dice Gastón Rigo, acerca del proceso curativo y sus paradojas las resistencias, “Las resistencias se encuentran en el medio del espacio clínico, entre paciente y terapeuta generando dos direcciones a la cura: bloqueo o propulsión. Pensamos los movimientos transferenciales y contratrasferenciales en su dimensión resistencial. Esto significa que esos movimientos pueden estar libres de resistencia.”[15] (Retomaremos éste planteo más adelante, a propósito de la resonancia y la clínica psicocorporal) Continúa, “parece ser que la resistencia se transforma en análisis en un ordenador, un punto bisagra a través del cual algo se detiene y algo avanza, y este movimiento aparentemente contradictorio es central para ubicar la idea de proceso”[16]
No juzgar ni desviar esa transferencia, que aumentando en intensidad empieza a cobrar una forma de resistencia, permitirá propulsar el proceso del paciente. No satisfacer ni sofocarla, propician las condiciones de seguridad para ir al trasfondo y clarificar todas las condiciones de amor que se inscribieron en aquellas vivencias infantiles. Nombrarlas, recordarlas, reactualizarlas, iluminando los fundamentos infantiles de la estructura del amor.
Dirá Freud, “podremos descubrir la elección infantil de objeto y las fantasías que trae urdidas”. Vislumbrar cuál es la posición subjetiva en la que se ubica nuestro paciente frente al otro u objeto de amor. Cuál es la estructura o patrón vincular que se forjó en aquella etapa temprana. Develarla para poder reformularla.
Quiero citar a Virginia Hilton, nuevamente “¿Cómo podemos nosotros, que no hemos podido resolver nuestros propios conflictos, ofrecer a aquellos que nos consultan, un ideal de relacionamiento para trabajar problemas sexuales-edípicos? No podemos. Con suerte podemos estar suficientemente conscientes de nuestros propios conflictos y de cómo ellos pueden interferir en la relación; tratando de sacarlos del camino y aclarando suficiente la naturaleza del problema, de modo de no repetir simplemente el trauma inicial. Podemos reconocer nuestras limitaciones, y pedir ayuda a través de nuestra propia terapia y supervisión, aceptando el hecho de que nunca creceremos sin la necesidad de dicha ayuda”[17]
Freud en su capacidad de ir siempre más allá, antes de cerrar estas puntualizaciones, se anima a confrontar sus propios argumentos. Ya ha discriminado que el enamoramiento de la paciente no responde a las “excelencias” del médico, no es algo de lo que él pueda servirse para enorgullecerse, el enamoramiento le ha sido impuesto por la situación analítica que lo propicia. Situación como arriba describimos, de encuadre asimétrico, donde el terapeuta o analista tiene un “supuesto saber”, una responsabilidad y una relación que en tanto asimétrica corre el riesgo de devenir en una relación de abuso de poder.
Freud se pregunta si le decimos la verdad al paciente o nos vemos creando argumentos que generan disimulos y desfiguraciones. “En otras palabras, ¿acaso de hecho no cabe llamar real al enamoramiento que deviene manifiesto en la cura analítica?”…“¿En qué se diferencia de otros tipos de enamoramientos, pues todos constan de reediciones de rasgos antiguos, y repiten reacciones infantiles. Pero ese es el carácter esencial de todo enamoramiento. Ninguno hay que no repita modelos infantiles.”[18]
Entonces este enamoramiento y todos aquellos sentimientos transferenciales que el paciente vierte sobre la figura del terapeuta o analista, sucesivas demandas que valientes se animan a emerger; tendrán un destino sin precedentes ni correlato en ningún otro espacio de la vida cotidiana. Tendrán la posibilidad de reactualizarse, sin ser satisfechos, más tampoco sofocados.
El paciente deberá desnudarse, su transferencia -si todo acontece en el rumbo de la cura-, lo llevará a desplegar sentimientos positivos y tiernos (hostiles en algún otro momento). Este contexto, le impone al analista, dice Freud, “la prohibición firme de extraer de ahí una ventaja personal”… “Motivos éticos se suman a los técnicos para que el médico se abstenga de consentir el amor de la enferma”[19]
Dice Virginia Hilton “Como terapeutas es fundamental que tengamos claro que la transferencia es apropiada. Actuar la contratransferencia no lo es. Cualquier cosa que el paciente traiga es apropiado, y nunca debe ser acusado de activar los problemas no resueltos del terapeuta. Cuidar que el terapeuta esté a salvo no es el trabajo del paciente”.[20]
Sin la abstinencia de satisfacer la demanda de amor de nuestros pacientes, podremos ofrecer un espacio que funcione más o menos bien, amorosamente, cuidándonos que no haya nada disruptivo o iatrogénico. Donde suceda algo «lindo» o no tanto. Pero de ninguna manera habremos llevado a nuestro paciente a “tocar” aquello que lo determina de manera atemporal, incluso antes del alumbramiento. No podremos tocar, mover ni mucho menos soltar las amarras embriológicas, afectivas, narrativas que se gestaron desde los primerísimos tiempos. No digo modificar la estructura, o la tendencia caracterial (al decir de Liane Zink) sabemos que eso no es posible, digo poder funcionar diferente con esa misma estructura.
Lo voy a graficar con esta pequeña anécdota. Siendo estudiante de psicología Osvaldo Umerez[21] explicaba la estructura psíquica pensada en términos de Lacan, y nos decía “La vida es como el truco – refiriéndose al juego de cartas- sólo que se trata de una única mano, donde nos tocan tres cartas, pueden ser buenas o no; pero son esas tres y no las podemos cambiar. El paciente llega a análisis jugando de una manera que no lo deja contento, repitiéndose incluso en sus estrategias de juego. El análisis se trata de conmover esa manera de jugar, que el paciente pueda formular con esas mismas tres cartas, otra estrategia, que lo deje más satisfecho y le permita nuevas apuestas.”
Sin ese silencio abstinente, habremos ofrecido una narrativa original que surta un poco de alivio o amplitud. Una idea nueva, donde quizás, se luzca la brillantez del terapeuta. O simplemente un espacio de catarsis y contención. Arremeto una conclusión, para que algo realmente se conmueva en el proceso de quien nos consulta, afloje sus puntos de fijación (infantiles e inconscientes) para que la energía se libere de los patrones caracteriales inscriptos en el psiquismo y en el cuerpo, no hay forma, si no es yendo profundo.
Si no buceamos en apnea, y nos quedamos sólo en la dimensión de los intercambios interpersonales, habremos realizado infinitas propuestas corporales, visitado muchas emociones, “visto” muchos temas, pero no habremos podido “tocar” ninguno. Movimiento que propiciará el paciente (o no) pero que el terapeuta debe poder acompañar, cuando él o ella ¡están listos!
Por ultimo Freud, describe que la recompensa al atravesamiento del amor de transferencia y de la visita a las épocas primordiales del desarrollo, es aquel “plus de libertad anímica”. Libertad donde la actividad consciente se distinguirá tanto de la inconsciente (compulsiva), plus que permitirá vencer la tendencia a la satisfacción inmediata del principio del placer, en favor de otra más distante, quizás mucho más incierta, ¡pero intachable!
Una vez que nos animamos a trabajar con el amor de transferencia, con ese material explosivo, dice Freud: “la impresión que uno tiene es que de él, se podría obtener todo”.
Psicocorporalidad y abstinencia. Trípodes (o salvavidas)
Entones tenemos coordenadas trazadas por Freud hace ya más de un siglo, que funcionan como preceptos acerca de la actitud anímica o disposición psíquica del psicoanalista, para desempeñar su función y propiciar un buen funcionamiento en el tratamiento de quien nos consulta.
Nuevamente un trípode, la neutralidad, y con ella se refiere a ser neutral en cuanto a los valores religiosos, morales, políticos y sociales, es decir “no dirigir la cura en función de un ideal cualquiera”, neutralidad que es parte del encuadre, de ese lugar “vacío” del que hablamos en un comienzo. El otro precepto o principio es la atención flotante como técnica para la escucha, donde el analista, debe escuchar al paciente sin privilegiar ningún elemento del discurso de este último, dejando obrar su propia actividad inconsciente[22] La atención flotante es, en relación con el analista, el proceso correspondiente o contrapunto de la asociación libre del paciente. La técnica desde la cual se propicia esta comunicación de inconsciente a inconsciente. El tercer y último precepto, es la abstinencia como regla fundamental, abstinencia del analista a responder a las demandas del paciente, ya desarrollada en el presente escrito.
Sin embargo W. Reich, padre de la psicocorporalidad en la clínica de la psiconeurosis, discípulo de Freud, ha venido a complejizar aún más las cosas. Siendo un médico muy jóven, psiquiatra y psicoanalista austriaco, ya era miembro de la Sociedad Psicoanalítica de Viena, cuando planteó un brillante desafío, en su libro La función del orgasmo (1927). Reich, escribe uno de los más grandes postulados en la vía de poder incorporar los procesos somáticos a la vida emocional.
Plantea la unidad y anti-tesis psicosomática. Piensa al individuo como una unidad psicosomática y desarrolla el concepto de identidad funcional mente-cuerpo. La idea central es que en apariencia hay anti-tesis, pero en lo profundo no. Se trata de un mismo núcleo vital u orgón, de donde parte el impulso (o energía biológica) que tendrá dos formas de expresión diferentes pero correlativas en la psique y en el soma. “A toda expresión psíquica acaecida en la vida emocional (psicológica) de la persona le corresponde un idéntico correlato somático”. “El carácter de una persona y su estado muscular son “funcionalmente idénticos.”[23]
El inconsciente ya no solo anida en el lenguaje, oculto tras la palabra, sino también en el cuerpo, en el flujo de la energía metabólica, el tono de la musculatura, los tejidos, los órganos. La libido (representante psíquico de la pulsión) circula también en el cuerpo como una energía, de flujo libre o acorazada (que puede presentarse hipertónica, hipotónica o desorganizada).
El territorio de las defensas psíquicas se amplía, el destino reprimido del afecto irreconciliable ya no será solo el desplazamiento hacia otras representaciones o los síntomas conversivos. Las defensas psíquicas, desde los aportes de Reich, tienen un correlato somático que va construyendo una coraza muscular que está al servicio de mantener la represión a raya.
Para Reich toda defensa psicológica va a estar anclada en el cuerpo. Dedujo que la energía emocional que pudiera expresarse sexualmente en forma de placer, cólera o ansiedad, quedaba retenida por tensiones musculares crónicas. Retoma la idea planteada y luego abandonada por Freud, de que el yo ante todo es un yo corporal (se organiza de las sensaciones corporales principalmente de las que vienen de la superficie). La conciencia es un producto del cuerpo. Y hacer consiente lo inconsciente es entonces una maniobra que involucra de lleno al cuerpo. Esto es conectar con las partes reprimidas o escindidas en la conciencia y bloqueadas o escindidas en el cuerpo.
Redondeo la idea básica planteada por Reich con una definición que hace de la coraza caracterológica. La coraza se desarrolla como un resultado crónico, para resolver el conflicto entre las demandas instintivas (peligro interior) y el mundo exterior frustrante (peligro exterior). El lugar donde se forma la coraza es el yo, es una defensa crónicamente activa y automática (que recrudece con el paso del tiempo pues bien sabemos que la naturaleza de la pulsión, es insistir)
El carácter consiste en una alteración crónica del yo, al que podríamos calificar de rigidez (tensión muscular crónica) su significado es la protección del yo contra los peligros internos y externos. El mecanismo de protección, es la coraza, que provoca una disminución de la motilidad física y la movilidad psíquica total.
Entonces si la clínica involucra el cuerpo, la complejidad va en aumento. El paciente nos cuenta su historia desde su discurso y desde el sólo hecho de presentarse y tener un cuerpo y una forma de habitarlo. El paciente nos cuenta una historia inconsciente en aquello que dice y muestra, pero no lo sabe. Vuelvo sobre la pregunta, ¿cómo hacemos para intervenir como terapeutas psico-corporalmete? ¿Cómo es jugada la abstinencia desde una clínica psicocorporal?
Boadella, ha tenido la maestría de conceptualizar procesos psíquico-somáticos inherentes a la comunicación paciente-terapeuta. En 1981 escribe “Transferencia, resonancia e interferencia”. Podría decirse que ese artículo puede dar cuenta, de cómo la resonancia y la interferencia es un más allá, o un más acá corpóreo, de la transferencia y contratransferencia, ambas son completamente inevitables y necesarias.
Nos comunicamos con palabras y sin ellas. Nos comunicamos también con el cuerpo. Sentimos al escuchar, y esas sensaciones pueden transformarse en un “obstáculo” o interferencia si las desestimamos. Nuestra resonancia rechazada y devenida en inconsciente, propicia una interferencia o actuación de nuestra contratransferencia. Interferencia que no estará al servicio del proceso del paciente y actuará como una resistencia del lado del terapeuta.
Sugiero la lectura de dicho artículo, para todo terapeuta que trabaje de manera psicocorporal, Boadella lo define en estos términos: “Transferencia y contratransferencia, del modo que se presentan, son también patrones de interferencia: dan cuenta de que algo está ocurriendo entre el cliente y el terapeuta, entre quien ayuda y es ayudado; hay un patrón o “algo” en el campo que está perturbando el contacto. Si es perturbado por parte del cliente, se denomina transferencia. Si es perturbado por parte del terapeuta se denomina contratransferencia”… “La esencia de la transferencia es que esa perturbación refleja la historia de los patrones tempranos de interferencia”[24].
Nótese la impronta winnicottiana, ese “algo” en el medio, se vuelve un foco de consciencia en terapia. Si viene del lado del paciente, trabajamos su transferencia, si viene del lado del terapeuta trabajamos la contratransferencia. Y dice Boadella, “Ir más allá de esas interferencias, conduce a un patrón de resonancia”.
Hablamos de comunicación de inconsciente a inconsciente en el dispositivo psicoanalítico, vamos tejiendo puentes. Para que la abstinencia esté jugada como una regla fundamental, que preserva el proceso del paciente, cuando se involucra el cuerpo y toda su expresividad, crear un “campo de resonancia” es lo que permitirá en términos de Boadella, ordenar y delimitar, un espacio seguro para ambos. Llegar a un contacto núcleo -a- núcleo o estasis.
Pero vamos despacio, otra de las cualidades de la biosíntesis es contemplar las polaridades, trabajar con ellas, tender los polos que aparecen en las distintas manifestaciones de la vida, tanto de la naturaleza (como el frío y el calor, el día y la noche) como de la novela psíquica que despliega el paciente. Tender polos nos permite dar cuenta del vasto campo que se abre entre un extremo y el otro, las variaciones en ese entre que permite el movimiento pendular. De eso se trata el trabajo con los campos motores.[25]
¿Cuál es la polaridad que aparece en aquello que el paciente cuenta? Puede ser una pregunta que guía nuestra escucha y observación. ¿Cómo es jugada esa polaridad, en los pensamientos, los sentimientos, en el cuerpo, en sus vínculos y en la transferencia? ¿Hay un movimiento pendular que va de un extremo al otro, o el paciente está asentado (fijado) en uno de los extremos?
Boadella fiel a su forma, trae luz desde esta mirada polar y dice “Hay dos extremos en lo que se refiere a los disturbios de la resonancia y me gustaría focalizar en ellos, porque si los extremos están claros es más sencillo tener claridad acerca de algunos de los estados intermedios. Los extremos son sobre-apego, y sobre-desapego”…“como dos extremos dentro del área de la transferencia y contratransferencia. El terapeuta necesita la habilidad de hacer contacto y también la de retirarse sobre sí mismo. Perls habla mucho acerca del ritmo entre contacto y retirada, lo que en Reich es la “pulsación”: hacia el mundo, hacia sí mismo.”[26]
Vale la pregunta, a la hora de trabajar sobre nuestras propias contratransferencia, si nuestro carácter o performance como analistas o terapeutas, tiende más a permanecer en una polaridad “apegada” siempre cerca, en una actitud de disponibilidad permanente (sesiones que se pasan de la hora, conversaciones que se despliegan por fuera de la sesión más de la cuenta, por ejemplo) o por el contrario la tendencia es a mantenernos “desapegados” fríos y distantes, cuidando una muy buena distancia que garantice “seguridades” y “límites bien calaros”. Conocer nuestras tendencias es fundamental, para regularlas y no obstaculizar el proceso del paciente.
Avanzamos y vamos a agregar otra organización tripartita. Boadella propone en dicho artículo, mirar la transferencia y la contratransferencia, en los términos de las tres capas existenciales de Reich. Cito, “Reich habló sobre esto, pero no en términos de transferencia: solamente habló de ellas como las tres capas del carácter. La capa superior es la máscara, la defensa del carácter; la segunda capa reúne lo destructivo, está llena de confusión, tensión, ansiedad, estrés (está relacionada con el concepto junguiano de sombra); y la capa primaria, la capa del núcleo, aquella que expresa el verdadero self. Ustedes deben estar probablemente familiarizados con la idea básica de que las necesidades del núcleo son reprimidas en la infancia. Hay una rebelión frente a esto, e intentan salir a pesar de todo. La rebelión es reprimida también y terminamos con algún tipo de patrón de carácter que de algún modo se asienta sobre las otras dos capas.”[27]
Creo importante hacer esta distinción, porque cuando el paciente está allí sentado frente a nosotros, es tanto lo que aparece, que dejarnos flotar puede ser completamente perturbador. Puede llevarnos a naufragar donde el paciente quiera o a ponernos extremadamente activos o “controladores” para que el naufragio no sea desastroso. Pensar en términos de transferencia y contratransferencia, nos ayudar a priorizar una información sobre otra y conducir la sesión hacia algún buen puerto.
Boadella sugiere que las dos capas superiores están implicadas en la transferencia y que la tercera capa necesita ser contactada para establecer el patrón de resonancia, para ir más allá de la transferencia, a una relación real. “Entonces, si las dos capas superiores en cada persona están expresando transferencia, la capa del fondo expresa resonancia. Podemos ir un paso más allá y decir que la capa superior expresa transferencia positiva y la capa secundaria expresa transferencia negativa. Cada vez que digo transferencia, lo que digo aplica para la contratransferencia también. Es un modelo diádico entre dos personas. Vamos a mirar la naturaleza de estas tres capas en cada persona -terapeuta y cliente-”[28]
La Biosíntesis trae como marca personal, conceptos que podríamos vincularlos más a la filosofía, o a una psicología fenomenológica y existencial. El ser, el núcleo, la naturaleza de la energía vital, la espiritualidad, el alma. Desde ahí podemos entender que Boadella postule que “La resonancia crea una iluminación en los campos de energía. Hay un proceso de sintonización ocurriendo, lo que significa que la interacción está promoviendo más vida.”
No les ha ocurrido, estar en algún estado emocional negativo -por llamarlo de alguna manera-, cansados, preocupados, tristes, y que después de atender a un paciente algo de ese estado se modifique. El cansancio se fue, la tristeza se disipó, donde había una preocupación llegó una buena idea. ¿Cómo se entiende este fenómeno?[29]
Dice Boadella respecto de la resonancia, “No solo promueve más vida en el cliente, también promueve más vida en mí: no ocurre solo en una dirección. Cuando no hay resonancia, una o la otra persona, o ambas, se sentirán incómodas. Prestar atención a las señales de nuestro propio cuerpo puede brindar información muy valiosa. Tan pronto como comenzamos a sentirnos aburridos con un cliente podemos pensar que algo de su campo de energía está viciado, confuso o nublado, o bien el nuestro, o ambos. Si somos el terapeuta, obviamente, es nuestra responsabilidad primero chequear nuestro propio estado”. “El núcleo está ahí, esperando ser contactado desde el primer día. La capa del inconsciente caótico está ahí, desde el primer día y la máscara también. Todas son operativas o potencialmente operativas todo el tiempo.”[30]
Desde la psicocorporalidad hemos aprendido a no menospreciar el cuerpo, sino más bien honrarlo y utilizarlo como herramienta, caja de resonancia, para esclarecer interferenciasque pueden venir de uno u otro lado (del paciente o de uno mismo), en un espacio transicional, donde un vínculo seguro es esencial.
Al decir de Liane Zink, no se trata de la primacía de la técnica, sino de la resonancia. Para eso construimos un campo psicológico o una atmósfera, donde se produce la triple presencia, estoy en contacto conmigo, estoy en contacto con mi paciente y también estoy en contacto con la atmósfera, en la que está aconteciendo la sesión. Uno en sí mismo, integrando, en contacto con las informaciones que provienen de es esta triple presencia.
Para David Boadella desde su mirada embriológica, la única condición para que se desencadene el proceso madurativo del bebé, y pase de una configuración de menor complejidad a una de mayor complejidad; es existir en un espacio contenedor, la vida intrauterina. La madre, su útero y todo su ser, se transforma en “campo organizador u organizante.” Ese útero, o campo organizador, es recreado en la sesión de biosíntesis, trayendo cada vez la posibilidad de explorar una nueva manera de existir, encarnaduras que se desatan y recrean, en un proceso co-creativo. Para la biosíntesis, el camino de la cura implica de lleno la transformación.
Gastón Rigo, lo describe en términos de campo energético, refiriéndose a las resistencias, dice: “Estos acontecimientos, están ubicados en un tiempo y un espacio que pueden ser no lineales ya que el análisis excede la hora de la sesión y el consultorio. Aquí entra la noción de campo, como terreno imaginario a veces, como real otras tantas, que pulsa y no tiene límites precisos. Es permeable en sus bordes. El campo pulsa. Llega a los sueños de los pacientes como de los terapeutas. El análisis acontece dentro de ese campo, como viaje infinito de posibilidades en cuanto a desarrollo de despliegue de subjetividades.”[31]
Entonces la apuesta, el desafío y el riesgo, aún son muchísimo más grandes.
¿Cómo es jugar la abstinencia, regla fundamental, allí donde nuestro cuerpo resuena? En una clínica que técnica y progresivamente va abandonando la interpretación de lo pulsional del paciente, para asentarse en lo interrelacional que acontece en el vínculo.
Me animo a decir, que sin la abstinencia. Sin ese silencio que aprende lo que hay que acallar, y descubre lo que hay que ofrecer en palabras, cualidad de mirada, toque, movimiento; sin ese silencio de apnea nuestro paciente no hallará nunca el tesoro y nosotros tampoco la tranquilidad de haber hecho nuestro mejor trabajo, para conducirlo hacia él.
No habremos podido iluminar el mapa a recorrer. Nos habremos perdido en las cavernas cálidas del afecto, y pisando el palito, nos habremos puesto a satisfacer la demanda del paciente… casi sin darnos cuenta. Habremos naufragado en el océano vincular, con más o menos placer o disgusto. Pero el paciente no habrá podido ir más allá, de lo que su terapeuta piense o sienta, por él o ella.
Boadella plantea que al contactar con el tercer nivel, desde el núcleo del paciente con el núcleo del terapeuta, ya estamos por fuera de la transferencia y sus complicaciones, ingresamos en un relacionamiento real. La comunicación de corazón a corazón, por fuera de la confusión y la desconfianza. Quizás desde el psicoanálisis, podríamos vincularlo con la noción del deseo del analista, como motor y condición para que un tratamiento funcione (lo dejo planteado como pregunta).
A ese relacionamiento real, Boadella lo define como amor terapéutico y trae una versión muy poética para describirlo. Una versión que organiza y encuadra una experiencia tan desbordante como lo es amar o sentir afecto por alguien, dice: “Amor es promover la exploración de alguien más. El amor es promover, desarrollar. “Exploración” literalmente significa “brotar”. La exploración es realmente la ameba extendiendo sus seudópodos. Entonces todo el proceso de mover a una persona desde la ansiedad hacia el placer, desde la contracción hacia la expansión, desde la confusión hacia la claridad, desde la interferencia hacia la resonancia, es una exploración.”[32]
Estamos ahí con nuestro escucha y nuestro cuerpo, presentes y pulsando. Con nuestro psiquismo tripartito intentando funcionar como si se tratase de un solo aparato psíquico, pero compuesto por tres grandes reinos el súper-yo, el yo y el ello. Escuchamos, observamos y eso que el paciente expresa nos toca de una u otra manera, al decir de Boadella en las distintas capas, en el ectodermo, mesodermo y endodermo (quizás en alguna más que otra) pero allí están todas, en la búsqueda constante e inacabada de integrarse de alguna (parcial) manera.
Respecto a la técnica nos sostiene la neutralidad, la atención flotante y la abstinencia (desde el psicoanálisis) Agrega Boadella, proceso transferencial que se expresa de manera positiva en la primera capa del carácter de Reich, negativa en su segunda capa y atravesando ambas, llegamos al núcleo. Esto en un camino de formación personal y profesional, recorriendo sus tres grandes avenidas: la formación, la supervisión y la propia terapia, si de crecer se trata.
Insiste el número tres, aparece en distintos ejes o dimensiones una organización tripartita y con su fuerza mitológica Edipo Rey. Sin una coordenada, una inscripción que separa la fusión madre-bebé, nada sería dado ¿Será por eso que andamos construyendo trípodes (o salvavidas) entre tanto océano? ¿Cómo fue que entre lectura, escritura y asociación libre vamos llegando a tanta metáfora marítima (y también paterna)? A tanta necesidad de Leyes, preceptos, reglas fundamentales y trípodes de seguridad.
De la fusión a la forma. Dos direcciones: nacer o morir
Reich dice que la ansiedad frente al orgasmo es el miedo a la entrega, a rendirse. Que es el miedo básico que yace detrás de cualquier neurosis (lo llama ansiedad de orgasmo).
Retomo el artículo de David B, “La ansiedad frente al orgasmo tiene que ver con disolver los límites, volver al océano. “No quiero dejarme ir, no quiero disolver los límites”. El otro miedo es miedo a salir del océano, pararse sobre la tierra. “Quiero permanecer en el océano, quiero no nacer. Quiero vivenciar el orgasmo uterino todo el tiempo. Quiero volver a aquel período oceánico.” [33]
Boadella precisa, “Entonces el miedo a la dependencia es el miedo a la disolución o a quedar sin límites, a perder la posición adulta, a perder la tierra. Miedo a perder el grounding vertical, tiene que ver con pararse y ser adulto. El grounding horizontal tiene que ver con recostarse y ser sostenido. El miedo a la independencia es el miedo a abandonar el grounding horizontal: “No quiero dejar ir la seguridad y el apoyo”…“Todos esos miedos que los niños vivencian en el camino desde el sostén a la independencia. El miedo a la dependencia es también el miedo a ser ayudado.”
Se trata como dijimos al principio de enfrentarnos de una u otra manera al enigma de la sexualidad y la muerte, de dónde venimos y a dónde vamos. De encontrarnos al decir de Line Zink con nuestra herida narcisista aquella que contactamos cuando nuestras ilusiones de “amor para toda la vida,” se frustraron. El encuentro con esa verdad nos saca de la ilusión de fusión (con la madre y/o el objeto amado), esa verdad que revela que no hay sitio donde esté completamente acompañado, que no nos queda más remedio que marchar en esta vida, con nuestra soledad a enfrentar la muerte.[34]
Dice Boadella, “Morir y nacer son realmente dos extremos del mismo círculo, es darle vueltas en dos sentidos diferentes. Tenemos la disolución y lo ilimitado en ambos extremos, y la rendición frente a eso… La elección es entre: “Si dejo de lado mi fuerza podría morir, podría perderme”. Son frases que tienen que ver con la muerte. Por el otro lado: “Si tomo mis fuerzas, voy a nacer. Entonces no tendré respaldo, tendré que hacer todo por mi cuenta”[35]
Poder discernir si nuestro paciente teme disolverse y morir (por un momento) o aparecer, dejarse ver con líneas nítidas (en el territorio de los mortales) en qué actitud está, dependiendo el tema o eje subjetivo que esté trabajando; puede ser muy esclarecedor. A su vez, también podemos preguntarnos, cuál es su posición subjetiva, su tendencia de carácter. De dónde viene, del temor a morir (disolverse-entregarse), del temor a nacer (delimitarse-encarnarse).
El proceso de análisis, desde la biosíntesis propone como brújula un recorrido transformativo, que propicie en el paciente la posibilidad de recontactar con su núcleo curativo, hasta alcanzar la autorregulación (que como ya sabemos será un proceso parcial, inacabado y/o constante) Podríamos jugar con la idea de vislumbrar la posición subjetiva existencial de quien nos consulta, entonces si el paciente ha de nacer, cómo debe organizarse su centramiento (endodermo), su enraizamiento (mesodermo) y su facing (ectodermo). Y si ha de morir como serán puestas en juego esas mismas tres dimensiones.
Este recorrido subjetivo y existencial, que no es sencillo, lleva tiempo y merece espacial cuidado seguir el ritmo propio del paciente (sin desatender nuestro propio ritmo). No es empujando, no es con esfuerzo. Sí propiciamos, sí intervenimos, pero ¡no forzamos!
“Quiero prestarle atención a los ritmos y emociones. Parte de la tarea terapéutica -si es verdad que dos cabezas son mejores que una- es que el terapeuta ayude al cliente a seguir su ritmo biológico, en vez de seguir la imagen de ese ritmo biológico y los estereotipos culturales”[36], dice Boadella. La interferencia sería la presencia de la coraza cultural, en detrimento de la espontaneidad que yace debajo, jugada al interior del paciente, como un conflicto personal. La dificultad será la de poder discriminar el deseo, de aquello que la sociedad dice que está bien para mí.
A su vez también, si de cuidados se trata, Boadella nos alerta a los terapeutas de la emergencia del “super-yo terapéutico”, esa voz que aparece y anda auto-diagnosticándonos. Una voz que astuta se cuela sobre-analizándonos. Puede ser otra versión al servicio de reprimir, vigilar y castigar. Es importante en la tarea que nos toca, que cierta imagen de salud, vitalidad y autorregulación no se vuelva tirana, en detrimento propio. Mi analista diría, “es importante que seas una buena amiga tuya.”
Por último y retomando el documental “La ultima inspiración”, a propósito de la importancia de no forzar, sacudir, ni empujar al paciente a hundirse un poquito más allá; y apropósito también, de la importancia de permanecer abstinentes frente al amor de transferencia. Voy a continuar haciendo uso de este film como metáfora.
Allesia la atleta apneísta relata. “Mientras desciendes estás en un meditación y debes interrumpirla, porque el verdadero esfuerzo está en el ascenso a la superficie. Debes nadar el equivalente a un rascacielos de setenta metros. Nadar contra la presión que es nadar contracorriente, para eso ya disminuyó tu suministro de oxígeno, pateas fuerte, gastas el oxígeno más rápido. Te acercas a un punto en el que al cuerpo no le alcanza el oxígeno para funcionar y puedes perder la conciencia. Básicamente el cerebro se apaga, no significa que el cerebro esté muriendo. Es como un mecanismo de seguridad para preservarse, el cerebro apaga todas sus funciones, y a partir de ahí tienes uno o dos minutos antes de que haya daño cerebral. Sino recibes la atención adecuada puedes terminar mal en un instante. No es algo para tomar a la ligera”.
Cuando termina la sesión el paciente tiene que regresar a su vida, poder seguir funcionando, más o menos de alguna manera. Buscamos que en la sesión “algo” pase, pero qué cualidad tiene que tener ese “algo”. Son muchas las anécdotas de pacientes que nos cuentan ese momento que se toman terminada la sesión (caminatas, meditaciones, permanecer sentado en el auto antes de arrancarlo). Como si existiera la necesidad de construir un tiempo-puente, un momento de pausa para “acomodarse” pos sesión y antes de seguir con las tareas que marca la agenda cotidiana. La sesión invita a un espacio extra-ordinario, no es tan sencillo salir de ahí. Lo experimentamos también en tanto pacientes, ¿o no?
Por eso es tan importante el descenso como el ascenso. Poder respetar el ritmo del proceso del paciente tiene que ver justamente con poder en términos de Gerda Boyesen “trabajar siempre cerca del yo”, mostrar las cosas siempre cerca de los límites que la persona pueda manejar. El costo de lo contrario realmente puede ser grave. Recrudecer las resistencias, no sería tan tremendo, como fragmentarlas y generar un “apagón” o “estallido” de ellas.
Y este precepto corre también para la figura del terapeuta. Y vuelvo al tramo final de la película. Recordemos que está basada en hechos reales.
Alessia y Steve, habían desarrollado una fuerte conexión en Vertical Blue, el campeonato que Alessia ganó, marcando un nuevo record mundial después del entrenamiento que recibió de Steve, su apneíta de seguridad. Un tiempo después Steve le escribe a Alessia desde Dahab, Egipto. Allí él había montado su Escuela de Apnea, más específicamente formando apneítas de seguridad.
En Dahab se encuentra el Agujero Azul, es como la Meca de buceo, para los buzos. Se trata de un enorme agujero en el arrecife de corales, que te invita a sumergirte, luego aparece un Arco de piedra, como un templo, por donde los buzos se sumergen y deben nadar unos cuantos metros con la pared de piedra sobre su cabeza, hasta cruzar al otro lado del Arco. Es el lugar de buceo más peligroso del mundo. Se ha llevado más de cien vidas, dicen que incluso, es más peligroso que el monte Everest. Hasta la fecha en que Alessia decidió hacer la prueba, N. Molchanova había sido la única mujer del mundo en cruzarlo y su testimonio fue que esa inmersión desbloqueó algo dentro de ella una valentía que desconocía.
Steve invita a Alessia a Dahab, a cruzar el Arco, “Serás la primer mujer en hacer el Arco después Natalia”. Él la tienta, ella acepta. Se habían entendido sin palabras y sin necesitar de mucho tiempo. En pocos días el vínculo entre ambos fue creciendo, los testigos dicen “que formaban una hermosa pareja”, el día de la inmersión 22 de Julio 2017, todo el equipo estaba listo. Eran unas cuantas personas cumpliendo distintos roles, pero Steve bajaría en apnea a recibir a Alessia. En cuanto ella hubiera cruzado el Arco, él estaría al otro lado para marcarle el camino de ascenso.
(Si algún lector, no quiere saber el final -que lo respeto- salte el párrafo, hasta el próximo apartado. Pero debo contar el desenlace de los acontecimientos para llegar al final de la metáfora y arrojar mis conclusiones).
A esa altura Steve estaba completamente enamorado, sintiendo que había encontrado lo que buscaba hacía mucho tiempo. Su vínculo con Alessia, significaba más de lo que pudo reconocer. El día de la prueba “algo” pasó, no se sabe bien qué habrá sido, pero sin dudas “algo” lo suficientemente intenso para que Steve no pudiera bajar a tiempo. Sus pulsaciones cardíacas iban demasiado rápido, se sumergió veinte segundos más tarde, tiempo suficiente para que Alessia -que cruzó el Arco diez segundos antes de lo previsto- al pasarlo no encuentre a nadie del otro lado esperando. Alessia en esa soledad y en apnea, con el oxígeno en sus pulmones ya en cuenta regresiva, perdió el camino, nadó en una dirección equivocada. Se desencontraron por treinta segundos.
En paralelo podemos ir cruzando algunas ideas. El riesgo de que el terapeuta invite al paciente a una hazaña para la que él mismo no está listo/a, convoque una energía o abra una pregunta, y después actúe desde la contratransferencia asustado/a con aquello que advenga del lado del paciente. Hazañas que en la clínica psicocorporal, donde tocamos y ponemos el cuerpo de manera directa, pueden ser muchas. Otra idea paralela, podría ser, que aparezca una contratransferencia amorosa y no poder reconocerla, no dimensionar sus implicancias y que el encuadre se enrarezca, se siga jugando un rol, pero la posición del terapeuta deje de ser clara.
Steve en sus últimos segundos de oxígeno, llegó a nadar hasta Alessia -la buzo fotógrafa muchos metros por debajo de ellos, logró captar una imagen de este momento-, le dio las manos y la subió a la superficie, en su último aliento, la dejó flotando boca arriba, que es la posición segura frente a una situación tan extrema, Alessia llegó desmayada, pero se salvó. Steve en cambio la rescató pero no llegó a tiempo, para rescatarse a sí mismo. Eligió la vida de ella, por encima de la propia.
Una historia conmovedora sin dudas. A fines de este escrito, podríamos hacer varias lecturas posibles de ese final. Un tratamiento que precipita su fracaso porque el analista actúa su enamoramiento, ahogando-se en su función. Una paciente mortificada, por haber enamorado a su terapeuta sintiéndose avergonzada de las consecuencias de su sexualidad, generando la caída de su terapeuta. Y quizás también podemos hacer una lectura más positiva, un final de análisis donde Alessia llega a la superficie, y finalmente la figura del terapeuta se inscribe como una voz interna, subterránea, en el océano inconsciente de la paciente, trayendo nuevas posibilidades. Una voz que fue la de su analista-terapeuta, pero ahora es la suya propia y trae seguridad y placer, desde el contacto profundo de las emociones que ahora sí, encuentran el camino para amanecer.
Allesia dice, “Él fue quien me enseñó lo que significa abrazar a alguien. Por el abrazo podías entender todos los sentimientos compartidos. Siempre lo llevaré en el corazón. Estará conmigo para siempre, porque quiero que esté conmigo el resto de mi vida.”
Alessia siguió sus inmersiones en apnea, batiendo sus propios records una y otra vez. Jamás dejó de nadar.
Si el tratamiento llegara a un buen destino finalmente, algo muere, como siempre después de la muerte adviene la vida; y algo nace. Lo que nace después de un proceso de terapia, tiene en ese reverdecer, las huellas que en el encuentro con aquel psicólogo o analista se produjo. Ya la figura del terapeuta estará perdida, más las inscripciones y efectos de aquel trabajo compartido, estarán en esos nuevos brotes.
Todo será menos oceánico… pero nunca se vuelve de la misma manera a la superficie si tuvimos la dicha de que un buen terapeuta o analista, nos acompañe en apnea a nuestras profundidades. El viaje es limitado, más sus efectos… eternos.
Conclusiones finales: el gesto del alma
¡Como nos gusta apegarnos a aquello que nos da seguridad! Muletas ya lo dijo Freud, en Más allá del principio de placer; que nos obligan a renunciar a una parte del placer, en pos de ofrecernos un statuquo donde apoyarnos. Quedarnos en lugares que dan protección, a riesgo de ser infieles con nosotros mismos.
Gastón Rigo, como formador, al desarrollar distintos temas vinculados a la clínica, nos invitó y sigue haciéndolo, a chequearnos desde el anti-ejemplo. Se trata de buscar alguna viñeta clínica donde no hayamos hecho las cosas “tan bien”, o nuestro desempeño no haya sido muy exitoso y/o ejemplar. Creo que todos, como terapeutas humanos que somos, tenemos una colección de esos.
Desde ahí parto, reconociendo que venía sintiendo el efecto de haber tomado un intenso “coctel conceptual”. Recorriendo una formación tras otra. La licenciatura de grado en la UBA con una fuerte impronta psicoanalítica, la formación de posgrado en bioenergética y luego el posgrado en biosíntesis.
Necesitaba parar, absorber, dejar de incorporar y digerir. Hacer mi propia síntesis, para encontrar mi forma (que seguirá en movimiento). Estuve casi cinco años quieta, sin poder encarar este Escrito. Cuatro años y diez meses, para llegar a este momento. No sabía por dónde empezar, me encontraba en silencio, sintiendo que cualquier idea carecía de fuerza para desarrollarse. Tiempo donde por supuesto no dejé de desempeñarme como psicóloga y recibir pacientes. Sin embargo la escritura, requería de otro trabajo y no tenía las condiciones internas para hacerlo.
Agradezco profundamente que la instancia formal, me haya respetado ese tiempo. Que la Biosíntesis este cerquita del flujo espontáneo de quienes la conforman.
“En un páramo yermo y desolado pareciera que no hay vida y nada crece… sin embargo, hay aquí y allá briznas del mismo algún vegetal, pocas, dispersas, obviables para el observador desatento.” Tomo esta frase de Juan Tausuk, para reconocer que esas briznas llegaron, en forma de espacios de ayuda primero. Establecer un espacio de supervisión, con ritmo sostenido. Buscar y seguir buscando, hasta dar con la analista que tenga el coraje de acompañarme tan profundo como necesitaba…
La primera vez que caí en un consultorio como paciente a mis 21 años, la ortodoxia viciada de distancia e interpretaciones de quien fue mi primer analista, hicieron que huya en una estampida, sintiendo que ir a sesión era igual a “echarle nafta al fuego”. A mis 23 años, comencé mi primer terapia de encuadre psicocorporal, de la mano de Gastón Rigo, a quien estoy infinitamente agradecida.
Mis pedazos empezaron a juntarse. Sin dudas, mi desafío era dejarme sostener, poder morir y abandonarme. Una y otra vez. Al establecerme de pié, de abajo hacia arriba, algo se reorganizaba diferente. Primero pude confiar en él, después recuperé el placer en respirar, más tarde reconocí la potencia de mi cuerpo y entonces mis pensamientos se serenaron… mi mirada se expandió. A veces me pregunto quién sería yo, si no hubiese atravesado semejante proceso, me alegra tanto no saberlo.
Guy Tonella diría, en su artículo “El sí mismo interactivo” citando a Winnicott “Un bebé no existe”, para poner de relieve que un bebé no existe por fuera de un contacto interactivo con su madre. Y luego agrega “el miedo de vivir no es un miedo individual. Es el miedo a la interacción. Y un miedo que nació de la relación interactiva real puede solo resolverse en la relación terapéutica interactiva.” Sin dudas mi atravesamiento por la terapia psicocorporal y el vínculo como continente, significaron para mí un renacer.
El psicoanálisis, sin su atravesamiento psicocorporal, me había quedado lejos, como un viejo amor universitario. Decidí darle una chance a ese primer amor, y veinte años después, volví a la búsqueda de espacios de encuadres psicoanalíticos, con personas llenas de subjetividades que se expresan sin vicios.
Paralelemente la posibilidad de dar algunos seminarios de Biosíntesis, invitación por parte de Gastón; me llevó al ejercicio de estudiar en profundidad, algunos textos centrales de la biosíntesis. Invitación a colocarme en un nuevo lugar. Movimiento de generosidad, del que estoy sumamente agradecida, por la escucha y oportunidad siempre renovadas.
Y por último, el despertador que me trajo a este escrito, en la línea de no temerle a pensarnos desde el anti-ejemplo; fue una escena al interior de una sesión, en la que estando como terapeuta, me encontré envuelta en el abrazo de un paciente. La escena no pasó a mayores, fue un abrazo profundo, cuando inicié micro movimientos para retirarme, él me retuvo de un modo evidente, decidí quedarme un momento más y de golpe me encontré “desarmada” en una sensación paradojal llena de tibieza y de terror, sintiéndome sostenida.
No voy a desarrollar más que esto, pues sería todo un nuevo escrito. Alcanza con que lo nombre, creo que da cuenta y sentido al recorrido entero del mismo. Poder contactar que en ese momento de mi historia personal yo no estaba en condiciones subjetivas para sostener la sesión que propuse. Ese “pifie” iba a suceder como una consecuencia lógica a mis vacilaciones en mi lugar como terapeuta. Más tarde o más temprano. Su transferencia erótica iba en aumento y no pude anticipar la cualidad del abrazo, nunca antes sus movimientos habían traído un gesto tan desinhibido, eso quizás, se consolidó para él como todo un lugar de llegada.
El daño no fue letal, pero sí costó la continuidad del tratamiento, la siguiente sesión, fue la última y acordamos cerrar el proceso. Yo ya estaba mejor posicionada, creo que mi devolución permitió que él llegue a la superficie, en una posición segura, pudiendo recoger los frutos de su proceso y su potencia. No sin un costo, que fue el cierre del tratamiento y mi corrimiento en tanto su analista. Eso estuvo bien, siempre que ganamos “algo”, perdemos “algo” también.
Con mis sesiones y supervisiones mediante, de aquella vivencia no muy afortunada, mucho emergió a la superficie como oportunidad, para ser visto y que decante en el lugar que corresponde. Hacia la posibilidad de crecer, ordenar y perder el miedo. Ordenar y ver con claridad, disipa el miedo. Como cuando niños prendemos la luz y no hay monstruos.
Como bien dijo Reich, en Análisis del carácter, “todo nuevo aprendizaje nos cuesta un caso”. Digamos que me llené de preguntas, y entre otras cosas este escrito es un intento de responderlas.
Puedo reconocer los vicios de los psicoanalistas “los ortodoxos” (¿o los miedosos?) esa distancia impostada, antinatural, el “usted”, la sensación de una escucha desimplicada en extremo racional. Pero también puedo reconocer los vicios de los psicocorporalistas o somáticos. Y lo más peligroso no es la mirada cálida, la media sonrisa permanente, la voz suave o las sesiones que terminan con un “abracito” cuasi obligatorio.
Lo más peligroso es lo que se deforma, desborda a nivel afectivo, la atmósfera amorosa y amistosa, donde la espontaneidad no es la expresión de un núcleo vital autorregulado, sino la proyección defensiva del terapeuta a entrar en verdadero contacto con lo que el paciente trae, o lo que el paciente le despierta. Si no hay coordenadas que ordenan y guían, evitar ese contacto, es una medida de seguridad inconsciente y efectiva. Trazando un paralelo, similar a los apneítas que aún sumergidos, se quedan sin oxígeno y apagan sus funciones cerebrales para evitar un lesión cerebral, uno o dos minutos antes de ahogarse. Una defensa instintiva e involuntaria.
Pues está claro, entrar en contacto y no saber qué hacer con eso, es más peligroso aún. Si la transferencia desborda hacia el vínculo real, el incesto habrá tomado el timón del encuentro, trayendo las más horrorosas perversiones. De un modo explícito, o lo que es más peligroso, encubierto y sutil, lo que favorecerá a la permanencia del vínculo en el tiempo.
Me acompaña cual talismán, aquel primer seminario que dictó Liane Zink, cuando vino de la mano de Gastón Rigo, a institucionalizar la semilla que venía germinando, nacía la Escuela de Biosíntesis Argentina, en el 2016. El tema de ese primer seminario era rastrear “El gesto del alma”.
Recuerdo a Liane, ya en el cuarto día del seminario, cerrando el encuentro y confesar sentirse, “con temor a ser una elefante entrando en un bazar”, llegó para romper mis vergüenzas e inhibiciones, animarme a hablar, mostrar y confesar lo que todos sentimos pero negamos. Nuestros tabúes como terapeutas, están, son parte. Ella llegó y yo podía sentir como en mi cabeza se abrían sinapsis nuevas. Desinhibiciones. ¡Habilitaciones!
Si me animo a escribir esto, es porque Liane nos ha dejado, me ha dejado como legado el valor de ser honestos, perdernos lo más cerquita de nosotros mismos. Animarnos a romper amarras y ataduras. Sostenernos desnudos y de pie con nuestra humanidad al aire. Más aún porque somos terapeutas. Ese ha sido el espíritu formativo dentro de los seminarios.
No todo lo que acontecía podíamos ofrecérselo a un paciente, muchas de las exploraciones que Liane nos invitó a hacer, eran para conocer nuestras sombras y puntos ciegos (siendo el grupo, Liane, Cristina y Gastón testigos). La pata formativa se transformó en una profunda apuesta.
En ese primer seminario dictado por Liane, mientras trabajábamos en formato de laboratorio, en díadas alternando “rol del terapeuta” y el “rol del paciente”, Liane tomó fotos. En su “portuñol”, no sabía lo que estábamos conversando, sólo nos observaba. Hacía una lectura corporal del paciente, del terapeuta y de la dinámica de ambos. Pesquisando, pescando y hallando un suave e imperceptible gesto, que condensaba las más profundadas revelaciones, las inconscientes… las que me llaman.
Podríamos pensar que la lectura corporal es el correlato en la psicocorporalidad, a la atención flotante en psicoanálisis. Desde una mirada técnica, observamos sin privilegiar nada en particular, sin interpretar o suponer lo que hay detrás de tal gesto o movimiento, sin embargo, en ese despliegue inevitable, donde el cuerpo nos muestra una historia cristalizada, “algo” empieza a insistir o tener sustancia.
Mucho del camino desandado en mí al recorrer la biosíntesis, tuvo que ver con hacer de la lectura corporal un lugar más silencioso, del que había aprendido en bioenergética. Seguir el flujo de la energía del paciente, sin interpretarla, sin suponer que allí detrás de ese gesto o movimiento, está tal o cual emoción, a ser trabajada con tal o cual propuesta psicocorporal.
Gastón Rigo, en su artículo, El trabajo clínico con la lectura corporal, lo describe de ésta manera: “Al tener tanta información disponible, en el seno de una sesión psicocorporal, existe la inevitable tendencia a ´interpretar´ los datos sensibles y pensar que porque un paciente está con los puños cerrados, por ejemplo, eso significa de manera unívoca, que es porque tiene bronca”…“Se está proponiendo desde este escrito, la posibilidad de establecer, la ´dimensión significante en el cuerpo´, proponiendo preguntas al paciente, en detrimento de la dimensión ´de otorgar significado unívoco´ desde la mirada del terapeuta.”
Hoy ya casi no propongo ejercicios, más bien me sirvo de aquello que el paciente espontáneamente trae, que lo observe, que lo profundice, que lo haga más lento y que descubra sensaciones o sentimientos asociados. A veces está cerca de lo que yo podía suponer, y otras se develan unas preciosas informaciones que sobrepasan lo que podía estar “pescando”, tal cual sucede con una pregunta.
Habrá movimientos expresivos que vendrán de la primera capa de la coraza, cargados de sentimientos positivos, otros que con otra cualidad, más agresivos o depresivos, nos dejaran pesquisar algo más oscuro, cargado de odios o transferencias negativas. Pero también si observamos, sin poner el acento en nada en particular… algo se devela.
Algún pequeño gesto viene hondo muy hondo, desde edades tempranas pero sin edad, atravesando muchos años, surfeando todo tipo de olas y tormentos; viene desde las profundidades de nuestro ser. De aquel lugar que al interior de nuestro fuero íntimo nadie puede violar – ¿quizás porque está vacío?- desde el núcleo vivo, invulnerable, sorteando todos los obstáculos defensivos y las barreras sintomáticas. Un gesto que haciendo “pito catalán” tiene sustancia e “insiste” triunfante. Un gesto que acompaña alguna palabra y la vuelve distinguida, como brillante. Palabra y gesto se articulan, en un solo movimiento.
Es el gesto del alma… viene a contarnos un secreto. Hay que mantener la mirada curiosa y atenta, como los piratas y las sirenas, dispuestos a recibir el tesoro del saber no sabido, recibir ese precioso regalo de aquel que sin querer queriendo, pero lleno de valor y esperanza, nos lo confía. Hay que hacer silencio, para darle territorio… a lo que ha nacido en el agua.
¡Gracias!
Referencias bibliográficas
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Laura McGaan (2023) Directora de la película, La inspiración más profunda, en plataforma Netflix.
[2]Liane Zink, a propósito del silencio, ha nombrado en Seminarios que los únicos momentos de verdadero silencio, son precisamente en el útero (antes de que la madre sepa que está embarazada) y en la tumba.
[3]David Boadella (2009) Corrientes de Vida, una introducción a la biosíntesis, Cap. “Del útero a la tumba”. Ed. Paidós, Buenos Aires, Barcelona, México (trabajo original publicado en 1993)
[4]Liane Zink, (septiembre de 2016) En su primer seminario en Argentina el tema fue Campos Motores, nos decía “los movimientos están en comunicación con el deseo, la energía está en comunicación con el alma” nos entrenó en pescar el gesto del alma, ir del carácter al ser. Hacer puentes del flujo del campo motor al flujo del alma (ampliaré luego)
[5]David Boadella (2009). Corrientes de Vida, una introducción a la biosíntesis, Cap. “Del útero a la tumba”. Ed. Paidós, Buenos Aires, Barcelona, México (trabajo original publicado en 1993).
[6]La idea planteada, “cuando en el quehacer profesional, ciencia y arte se encuentran, nace el amor”, me la compartió un colega de la salud, el Dr. Fernando Abregú, cirujano y flebólogo. No quería robársela sin agradecerle y reconocerle el valor de la misma.
[7]Sofía Rutemberg (2022) Hacia un feminismo Freudiano. Cap. “Amor ¿libre?”. Hacer-Clínica Editora. Argentina.
[8]Sigmund Freud (1996) Obras completas tomo XII “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”. Amorrortu editores. Buenos Aires , Argentina (trabajo original publicado en 1914)
[9]Sigmund Freud (1996) Obras completas tomo XII “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”. Amorrortu editores. Buenos Aires, Argentina (trabajo original publicado en 1914)
[10] Virginia Wink Hilton (1987) Artículo, Trabajando con la transferencia sexual, publicado en el Clinical Journal of the International Institute for Bioenergetic Análysis, vol. 3/n°1. Traducido al castellano por Luis Goncalvez. Virginia Hilton es CBT, trainer internacional. Fue elegida dentro del IIBA para suplantar en la presidencia a Alexander Lowen en el año 1998.
[11] Anne Dufourmantelle (2021) Elogio del Riesgo. Noctura ed. y Paradiso ed. Argentina (trabajo original publicado en 2011)
[12] Idem 11
[13] Sigmund Freud (1996) Obras completas tomo XII, “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”. Amorrortu editores. Buenos Aires , Argentina (trabajo original publicado en 1914)
[14] Ídem 13
[15] Gastón Rigo (2008) Artículo, Transferencia y contratransferencia, en http://www.cuerpoenterapia.com.ar
[16] Gastón Rigo (2007) Artículo, El proceso curativo y su paradoja: las resistencias, http://www.cuerpoenterapia.com.ar
[17] Virginia Wink Hilton (1987) Artículo, Trabajando con la transferencia sexual.
[18] Sigmund Freud (1996) Obras completas tomo XII “Puntualizaciones sobre el amor de transferencia”. Amorrortu editores. Buenos Aires , Argentina (trabajo original publicado en 1914)
[19] Ídem 18.
[20] Virginia Wink Hilton (1987) Artículo “Trabajando con la transferencia sexual”.
[21] Osvaldo Umerez, fue profesor de la facultad de Psicología en la UBA, Titular de Escuela Francesa, hasta 2009. Su presencia ha dejado su marca, vivificada en las consecuencias de su transmisión. Autor del libro, “deseo-Demanda. Pulsión y Síntoma”, entre otros.
[22] Freud en 1912, escribe Consejos al médico sobre el tratamiento psicoanalítico, refiriendo allí al concepto de atención flotante.
[23] Wilhem Reich (1995) La función del orgasmo. El descubrimiento del orgón. Ed. Paidós. México. Buenos Aires. Barcelona (trabajo original publicado en 1927)
[24] David Boadella (1981) Artículo, Transferencia, Resonancia e Interferencia. Traducción desde su original en inglés por Celeste Bucatinsky y Yamila Turbay. En http://www.cuerpoenterapia.com.ar
[25] Sugiero ampliar el concepto de campos motores, con el artículo escrito por, Paula Giordano y Paula Balbi (2022) Los Campos motores y su aporte a la lectura corporal en Biosíntesis. en http://www.cuerpoenterapia.com.ar
[26] David Boadella (1981) Artículo, Transferencia, Resonancia e Interferencia.
[27] David Boadella (1981) Artículo, Transferencia, Resonancia e Interferencia.
[28] Ídem 27
[29] Eunice Rodrigues, en sus Seminarios de formación continua, nos ha entrenado para preparar el cuerpo a través de meditaciones y ejercicios, para una mejor sintonización con el núcleo del paciente. Pudiendo alcanzar un mejor estado de presencia y silencio.
[30] David Boadella (1981) Artículo, Transferencia, Resonancia e Interferencia.
[31] Gastón Rigo (2028) Artículo, Transferencia y contratransferencia, en http://www.cuerpoenterapia.com.ar
[32] David Boadella (1981) Artículo, Transferencia, Resonancia e Interferencia.
[33] David Boadella (1981) Artículo, Transferencia, Resonancia e Interferencia.
[34] Liane Zink (2019), teórico dictado en el seminario de formación Internacional, tema. “Sexualidad”. Argentina
[35] Idem 33.
[36] David Boadella (1981) Artículo, Transferencia, Resonancia e Interferencia.