La Pasión en el Cuerpo.

Vitalidad Erótica y su Perturbación

Revista “Energía & Carácter” Vol. 33 Sept. 2004

Traducción: Lic. Silvina Alterman

Nota* a los fines de la simplificación utilizo el masculino “el otro” (the other) lo que no representa diferencia de género.

“El erotismo, podría decirse, es el consentimiento de la vida hasta que llega el momento de la muerte”                

(Bataille, 1986, P.11)

Mujer Bañándose en un Rio. Rembrandt, 1654.

     Las pasiones eróticas han ocupado un lugar acotado en la historia y los valores de la psicoterapia, incluidos el modelo Reichiano y otros abordajes psico-corporales. La sexualidad y la pasión fueron parte del núcleo del trabajo de Reich. Conocí su trabajo siendo adolescente. Escribía sobre la pasión con pasión. Sus escritos me estimulaban, eran implacablemente perturbadores. Mientras que su grandeza y su paranoia aportaron al tejido de su vida y de su trabajo, Reich era una locura apasionada. Su trabajo estaba esparcido con verdades, generalmente verdades incómodas. Confrontó a colegas, pacientes, estructuras sociales, creencias sagradas. Provocó ansiedad, excitación y odio – tres emociones primarias frecuentemente muy vinculadas al amor y al sexo

     A lo largo de su vida Reich se interesó una y otra vez por la naturaleza y los problemas de la sexualidad. Se preguntaba porqué tal placer esencial es objeto de semejante ansiedad personal y sanción social? Reich era despiadado en su confrontación frente al control social y a la represión sexual. Aseguraba que la capacidad para la vitalidad sexual era esencial en la salud emocional y en el logro de las relaciones maduras

     Décadas después de su muerte permanecen las preguntas acerca del lugar que ocupan las pasiones eróticas en la vida y en la psicoterapia. Las implicancias clínicas que emergen de los escritos de Reich sobre la sexualidad han quedado excluidas de la historia de la psico-corporalidad en toda su extensión. Sus primeras observaciones clínicas en relación a la ansiedad del placer, la ansiedad de la caída y la entrega orgásmica fueron valiosos aportes para una mayor comprensión de la vida emocional y erótica. Lamentablemente sus exquisitas investigaciones sobre psicoanálisis y sexualidad realizadas en las décadas del ‘20 y del ’30 se perdieron a raíz de su amargo retiro – efecto de los ataques a su trabajo y a sus teorías sobre la energía orgónica por parte de profesionales y del gobierno. A mi entender los abordajes neo-Reichianos se han quedado con un modelo de sexualidad más bien empobrecido y mecanicista

     La cuestión fundamental que quiero presentar en este ensayo es la de reconsiderar el lugar que la pasión y el erotismo ocupan dentro de la psico-dinámica contemporánea y las terapias psico-corporales: examinaré algunas tendencias de la cultura psico-terapéutica contemporánea que intentan fomentar la desaparición de la sexualidad situada en el corazón de nuestro paisaje emocional, vincular y terapéutico. Quisiera enriquecer nuestro lenguaje como psico-terapeutas somáticos en la conceptualización y discusión sobre la naturaleza de la sexualidad y el erotismo. Cómo hablar con mayor riqueza del cuerpo erótico, del cuerpo apasionado? Cómo desarrollar un lenguaje de apegos eróticos y apasionados? Utilizaré y citaré ampliamente la obra de psicoanalistas contemporáneos así como de poetas, autores de música popular y críticos sociales que exploran la naturaleza de la vida erótica más productivamente que conocidos escritores de la literatura corporal contemporánea. Citaré autores que han sido inusualmente exitosos en captar los reinos eróticos del lenguaje

     Muriel Dimen, una psicoanalista feminista y elocuente crítica de la des-erotización contemporánea del psicoanálisis señala que dentro de la literatura actual sobre psicoterapia y relaciones objetales “la sexualidad se ha vuelto una relación, no una fuerza” (p. 418). En este ensayo quisiera transmitir la sensación de la fuerza del cuerpo, la fuerza de la sexualidad, la fuerza del deseo. La pasión sugiere la unión de la sexualidad y el amor inscriptos en el deseo de crear estados de mutuo éxtasis con una intensidad tal que bordea la locura en brazos de un otro. En su mejor versión son de hecho momentos de locura – la locura de la unión y la reunión, imbuidos de agresión y vulnerabilidad, filtración de territorios pasados y presentes en mi cuerpo con el del otro

     He subtitulado este artículo “Vitalidad Erótica y su Perturbación” porque apunto a más amplios alcances de la sexualidad de lo que han hecho Reich y los abordajes psico-corporales. Parto de la definición que da David Mann sobre la naturaleza del erotismo:

     “Lo erótico incluye todos los sentimientos y fantasías sensuales y sexuales que una persona puede tener. No debería sólo identificarse con la atracción o el deseo sexual sino que también incluye la ansiedad o la excitación que genera lo repulsivo. El modo en que haré uso del término hace más hincapié en las fantasías que en la propia actividad sexual: no existe actividad sexual despojada de fantasías subyacentes, por otro lado las fantasías no siempre llevan a la actividad” (1997, p.6)

     Desde una perspectiva Reichiana, las fantasías sexuales fueron consideradas funcionales a las defensas – retirarse del cuerpo hacia la cabeza. Ciertamente esto ocurre algunas veces, pero la fantasía no es siempre defensiva. Con frecuencia dentro de la relación terapéutica el territorio de las fantasías eróticas representan la exploración inicial del deseo y de nuevas posibilidades que excitan y perturban por igual a terapeuta y paciente

Un Paisaje que se Desvanece

Porqué vamos a terapia en la actualidad? Qué desean los pacientes cuando buscan un tratamiento psicoterapéutico? Una revisión de la literatura clínica de la década pasada sugiere que los psicoterapeutas son los responsables de proveer – y los pacientes lo esperan – una experiencia de afinidad: un ambiente sostenedor, una relación transferencial de apoyo y empatía. Actualmente dentro del proceso terapéutico parecen haber ganado terreno la seguridad y la compasión sobre el conflicto y la pasión. Michael Vincent, psicoterapeuta y crítico social, comenta: “A lo largo de mi vida profesional he visto suficiente cuidado terapéutico como para concluir que el cuidado indiscriminado es otra forma más de descuido” (pp. 196-197). Tanto las psicoterapias psico-dinámicas como las terapias americanas orientadas al cuerpo son sólo versiones de las teorías de la relación de objeto y del apego, de los modelos feministas basados en la conectividad y la cooperación mutua, de las teorías y técnicas centradas en el trauma víctima/victimario y de la espiritualidad y el misticismo New Age. Si bien estos modelos no son abiertamente anti-sexuales, tampoco valoran la sexualidad o enfatizan la pasión sexual como aspecto central y duradero de la naturaleza humana, de la maduración personal o del resultado terapéutico. Estos paradigmas teóricos sugieren una ansiedad no muy sutil y un distanciamiento del deseo sexual adulto, y representan la domesticación de las pasiones eróticas

     Andre Green, el destacado psicoanalista francés, considera que la sexualidad está ligada a la vitalidad humana de una manera primordial. Invitado a dar la conferencia del cumpleaños de Sigmund Freud en el Centro Anna Freud en 1995, Green presentó un título provocador: “Tienen algo en común la sexualidad y el psicoanálisis?” y planteó una serie de preguntas a sus colegas psicoanalistas en relación a los objetivos e intenciones del psicoanálisis contemporáneo:

     “Deberíamos preguntarnos: qué es lo importante? cuál es el valor más notable? El precio de la vida está atado a lo que todos los seres humanos compartimos y añoramos: la necesidad de amor, de disfrutar la vida, de ser parte de una relación que alcance su mayor expresión, etc. Nuevamente aquí nos confrontamos con nuestras ideas sobre cuál es la función del psicoanálisis, cuál es su propósito? Superar ansiedades primarias, reparar los objetos dañados por nuestra maldad pecaminosa, consolidar la necesidad de sentirnos seguros, incorporar las normas de adaptación? O sentirnos vivos y catectizar las muchas posibilidades ofrecidas por la vida a pesar de las inevitables decepciones, fuentes de infelicidad y cantidad de dolor?” (1996, p. 874)

     En esta conferencia y en su trabajo posterior Green se interesa por la insuficiente atención que el psicoanálisis contemporáneo – en la teoría y en la técnica – le brinda a la sexualidad. Green no considera que la “revolución sexual” de los años ’60 haya curado el malestar sexual. Más bien lo contrario, él reconoce “Nuestros pacientes siguen quejándose de trastornos en sus vidas sexuales como impotencia más o menos total, frigidez, falta de satisfacción sexual, conflictos relacionados con la bisexualidad, la fusión y de-fusión entre sexualidad y agresión… sólo para nombrar algunos pocos” (p. 872)

     Sugiero que esto se confirma no sólo en el psicoanálisis sino en la mayoría de las psicoterapias contemporáneas incluidas las tradiciones Reichianas y en la Bioenergética. Es como si las pasiones sexuales se hubieran ido desvaneciendo sigilosamente del paisaje terapéutico para ser reemplazadas por deseos pre-edípicos, intromisiones traumáticas (en lugar de deseos traumatizantes?), daño relacional y empático y búsquedas espirituales de una u otra clase. En las escuelas de psicoterapia corporal la sexualidad y el placer eran premisas centrales en la estructuración del abordaje Reichiano y en Bioenergética pero ya no forman parte del núcleo de nuestro trabajo clínico y teórico

     En la conferencia del cumpleaños de Freud Green argumenta: “Frecuentemente cuando atendemos el material presentado por nuestros colegas, la declarada presencia de la sexualidad – tanto en los sueños o fantasías inconscientes como en la vida de los pacientes y sus relaciones – se interpreta eludiendo la cualidad sexual en pos de relaciones objetales de naturaleza supuestamente más profunda evitando así prestar atención a los aspectos sexuales específicos tomados muy a menudo como simples defensas” (1996, p. 873)

     Los problemas sexuales de la adultez no son inevitables cortinas de humo en defensa de anhelos y traumas pre-edípicos e infantiles y por lo tanto primarios, tempranos y profundos. Green sugiere “la función de la relación sexual no consiste en alimentar y nutrir sino en alcanzar el gozoso éxtasis compartido” (p. 877) Por supuesto que no es fácil alcanzar ese éxtasis compartido y mantener una relación erótica adulta apasionada. Tal vez no exista algo más emocionante, impredecible y revelador que la comunión de los deseos eróticos

     Qué sucedió con la genitalidad, el placer, la lujuria, la entrega orgásmica? Green argumenta, y yo concuerdo, que la sexualidad es la fuerza más persistente y excitante que puede apuntalar a la gente frente a las vicisitudes de la vida y a un sinnúmero de frustraciones y desilusiones

     Mann considera: “Intrincadamente ligado a la pasión, lo erótico es el elemento más creativo de la vida. Es un detractor capaz de lo inesperado y es el empuje terapéutico del análisis. El dilema es la pasión, un sentimiento intenso sin solución en el horizonte; pero bajo su calor se debilitan viejos eslabones y se pueden forjar otros nuevos. Variadas pasiones dominan la escena terapéutica: odio, enojo, agresión, envidia – y un poco menos el amor y lo erótico. Sin embargo, la transferencia erótica – tal como sucedió con Eros – ha sido marginada del análisis, nunca realmente logrando entrar en la familia de las ideas aprobadas en la teoría y práctica psicoanalíticas” (1997, pp. 4-5)

     Cuando leo literatura sobre terapia contemporánea percibo el esfuerzo por esterilizar la vida y la psicoterapia. Con demasiada frecuencia el rol del psicoterapeuta ahora parece consistir en amortiguar las vicisitudes de la vida psíquica y los vínculos del paciente antes que introducirse en esas experiencias como parte del trabajo terapéutico

     Pienso en la cantidad de veces que mis pacientes luchan con la desilusión y las frustraciones de una fantasía idealizada sobre un amor tierno, romántico y desinteresado. Descubro una versión de este ideal en la perspectiva que Judith Jordan tiene sobre la vida sexual adulta:  “Las mujeres generalmente se alinean y buscan la emotividad del sentimiento mientras que los hombres tienden a enfocarse más en la acción…  la comunión surge en una mujer más fácilmente al relacionarse con otras mujeres proveyendo empatía y cuidado mutuo de una forma sostenida y maravillosa… con el compromiso sexual existe un potencial igual de rico para la expresión de una exquisita armonía y la posibilidad de prestarse atención a uno mismo y en equilibrio con el otro. Puede haber una mutua entrega a una realidad compartida. Son la reciprocidad, el intercambio, la sensibilidad a la experiencia interna del otro, el deseo de complacer y ser complacido, el mostrar el propio placer y la vulnerabilidad que eso implica lo que distinguen una interacción madura y sexualmente plena de un simple desahogo de tensión sexual” (pp. 89-90)

     Esta es una perspectiva sutilmente crítica y obstinada, hasta podríamos decir represiva. Nos podemos preguntar: puede alguien contradecir una meta o visión de “exquisita armonía”? Sin embargo suena a mis oídos como una postura idealizada, una visión ciertamente sentimental de resonancia y ternura maternales. Me pregunto dónde se ubica el componente agresivo de la pasión sexual, la capacidad de excitar y perturbar, el deseo de alcanzar y entrar bajo la piel del amante, de impregnar al otro de tal modo de no ser olvidado, de ser absorbido, de imponerse, de penetrar y ser penetrado? Aun recuerdo cómo la cantante de punk-rock Patti Smith transformó con asombrosa excitación el himno de Bruce Springsteen “Porque esta noche” de la sexualidad masculina adolescente a una gloriosa evocación del deseo sexual femenino. Las artistas y cantantes contemporáneas reclaman el pleno alcance de la vida psíquica y erótica para hombres y mujeres por igual. Emmylou Harris, quien supo ser la rubia de “El Encanto del Rodeo” ha oscurecido su voz y su sueño en años recientes:

El diablo es de aguas profundas cariño

Y aquí estoy en lo profundo

Pero sería ahogada y descuartizada

Si pudiera mantenerte en mi cama

No puedo romper este hechizo

Conozco el aprieto en el que estoy

Pero si pudiera salir de la boca del infierno

Volvería nuevamente a entrar en él

(Harris: “Ahora no quiero hablar sobre eso”, 2000)

     Las descripciones más oscuras de los despiadados deseos sexuales capturados por Smith y Harris contrastan plenamente con la imagen erótica que ofrece Jordan de mutua complacencia y sensibilidad. La psicoanalista y feminista teórica Jessica Benjamin propone una noción más compleja y oscura de los apegos eróticos: “El otro se transforma en la persona que puede darnos o quitarnos el reconocimiento, ver lo que está oculto, alcanzar y eventualmente aún violar nuestro centro. La concesión de este poder en el apego erótico podría evocar terror, impresión, admiración, adoración, así como un sometimiento humillante o estimulante” (1995, p.149). Benjamin continúa: “No existe interacción erótica sin el sentido de uno y otro ejerciendo poder, con afectación mutua y tal afectación es elaborada inmediatamente en el inconciente en los términos violentos de la sexualidad infantil. Pero lo que ocasiona que la sexualidad sea erótica es la posibilidad de la supervivencia del otro mediante el ejercicio del poder… Eros nos une y en ese sentido supera la sensación de alteridad que aflige al ser en relación al mundo y a su cuerpo. Sin embargo esta trascendencia sólo es posible cuando se reconoce simultáneamente un cuerpo ajeno en toda su sensualidad particular y con todas sus particulares diferencias” (1995, p. 205-206)

     En nuestros lazos eróticos le damos al otro la oportunidad, el poder de conocernos en formas esenciales y en ese conocer nos trastorna, nos decepciona e incluso a veces nos lastima. Luchamos para lograr conocer al otro tan diferente como nosotros y en esa diferencia encontramos un objeto de excitación. Deseo, vulnerabilidad, agresión y conflicto están continuamente entrelazados. La disposición y capacidad para la entrega al propio cuerpo, a los propios deseos en el abrazo apasionado con el otro (y la alteridad del otro), se encuentran en el corazón de la sexualidad que es el núcleo del trabajo de Reich

Ansiedad

Reich comprendió que la coraza muscular caracterial está sostenida por el esfuerzo defensivo de lidiar con ansiedades infantiles abrumadoras así como los conflictos entre ansiedad y placer de toda una vida. Miller ofrece una descripción particularmente convincente de la trama defensiva tejida en base a la relación de las pasiones y las ansiedades eróticas: “Cuando en un matrimonio se ha marchitado la atracción pasional o el sentido de un propósito común, la ansiedad de uno puede mantener a ambos completamente absortos entre sí. De este modo la manipulación de la ansiedad reemplaza al amor y deviene en el medio principal para asegurar la cohesión social” (1995, p. 37)

     Estoy convencido de que el fracaso de tantas relaciones modernas que derivan en enemistad hunde mayormente sus raíces en las ansiedades que se enroscan alrededor del amor. La ansiedad conduce a que la gente intente controlar aquello que no se puede controlar con la expectativa de predecir los acontecimientos, por lo que se produce estancamiento, monotonía y fijación obstruyendo y quebrando rápidamente la relación. La intimidad montada sobre la ansiedad se convierte en una intimidad viciada, la vida se comparte en un armario, y ninguno sigue creciendo (1995, p.61)

     Reich escribió con frecuencia sobre la permanente interacción entre ansiedad y sexualidad. Las palabras de Miller articulan las más nucleares y persistentes inquietudes que encontramos en el trabajo de Reich. Mientras Miller se enfoca en el desgaste dentro del matrimonio, percibo el riesgo del mismo resultado en la relación terapéutica en donde terapeuta y paciente se amarran en pos de lograr el manejo de la ansiedad y la sanación de la desilusión intentando mantener a raya las fuerzas más oscuras y pasionales que amenazan con emerger en el proceso terapéutico

     Considero que la naturaleza de estos territorios de ansiedad está desplegada en los escritos de Winnicott “Miedo al Derrumbe” (1989) es decir miedo a la locura, a la entrega, a la no-integración, a la desorientación… En el marco psicoanalítico Winnicott las define como el sostén de las defensas del paciente. De forma similar, estos temores a derrumbarse, a la locura, a la entrega, a la desintegración, podrían presentarse en momentos profundamente eróticos. Sin embargo y hasta donde he sabido, Winnicott nunca se refirió a estas experiencias en un contexto sexual; estas circunstancias de quiebre, de entrega, son simultáneamente aterradoras y estimulantes y pueden llevarnos al borde de una locura que da origen a lo creativo y vital. Emmanuel Ghent (1990) ofrece una elaboración especialmente contundente sobre las ideas de Winnicott en relación a la renuncia, particularmente la erótica, para acceder a la cualidad de “liberación y entrega”… “el anhelo de ser conocido, reconocido…  “penetrado” (p. 134) “Quebrarse y dejar entrar, abrirse y ser penetrado, la continua interacción de vulnerabilidad y agresión en la sexualidad adulta … es inusualmente vivida sin la presencia de ansiedad y/o vergüenza”

Pasiones Masivamente Dirigidas

Hace más de dos décadas Dorothy Dinnerstein desafiaba el modo en que las tradicionales convenciones sobre género impactaban en el cuidado infantil argumentando que mutilaban la salud emocional de los niños tensando y muchas veces hiriendo nuestras capacidades eróticas como amantes en la adultez: “Nuestras sensaciones más fugaces y puntuales son atravesadas por pensamientos y sentimientos que representan un extenso pasado, un extenso futuro y un profundo y ancho presente… Pero nuestra sexualidad – como humanos – también se caracteriza por otra peculiaridad esencial a cambios y expresiones de género: Resuena, literalmente más que con otras experiencias, con las pasiones masivamente dirigidas formadas inicialmente en la infancia pre-verbal, pre-racional” (pp. 14-15 itálica en el original)

     Dinnerstein continúa: “En este sentido, el factor crucial es que el sentimiento – la relación emocional vital entre infante y progenitor – se encauza a través del contacto, el sabor, el olor, la expresión facial, los gestos y las mutuas adaptaciones corporales. Hasta que el impulso sexual que emerge en la pubertad nos arroja nuevamente a una necesidad de contacto fisiológicamente urgente y aguda con el cuerpo de otra persona y la vida nos ofrece una incomparable vía para la expresión directa de aquellos sentimientos como continuación de los sentimientos de la infancia, sentimientos para los cuales no contábamos entonces con palabras ni pensamientos dominados por el lenguaje y que no pueden ser redescubiertos en su plenitud original salvo en el contacto, el sabor, el olor, la expresión facial, los gestos y las mutuas adaptaciones corporales” (p. 31)

     Las “pasiones masivamente dirigidas” que subyacen a nuestro amor y a las convenciones de género, a nuestras experiencias sensuales y sexuales son UN PROFUNDO Y ANCHO PRESENTE. Las pasiones masivamente dirigidas, esa interacción de sensación apasionada y memoria, de resonancia y ansia se ve exquisitamente interpretada en el poema de Sharon Olds “Los senos de mi padre”

Su suave superficie, el terso pelo sedoso

deslizándose delicadamente hacia abajo

como agua. Coloqué mi mejilla – tal vez una vez –

sobre sus firmes formas, mi oído comprimido

contra la oscura carga de su corazón. A lo sumo

una vez – y aún cuando pienso en mi padre

pienso en sus senos, mi cabeza descansando

sobre su perfumado pecho, como si hubiera pasado

horas, años, en ese aroma a pimienta negra

y tierra rotada (1984, p. 43)

     La fuerza de la sexualidad humana. UN PROFUNDO Y ANCHO PRESENTE: empapada, sumergida en fantasías infantiles, cautivada por el momento, arrojada al pasado para ser empujada hacia el futuro, arrancada con esperanza, deseo, vulnerabilidad. La evocación simultánea tanto del soporte infantil de nuestras experiencias somático/emocionales como de la fuerza y complejidad del amor adulto y la pasión, son esenciales a la perturbación y excitación de nuestros deseos eróticos. Sólo el poema de Olds podría ser tema de un ensayo por derecho propio. Nos recuerda que en el ámbito de las metáforas y modelos madre/infante que inundan la literatura terapéutica actual, la ausencia y la presencia del padre es una fuerza inevitable para el desarrollo psíquico

     El escrito de Dinnerstein nos ofrece un fascinante y estimulante contraste con el lenguaje higiénico y des-erotizado. Captura el calor y la ansiedad así como la calidez y el cuidado en las pasiones de nuestros anhelos y apegos infantiles, en nuestras pasiones masivamente dirigidas. Me recuerda a la pregunta que Dimen planteó frente a los manuscriptos sobre sexualidad de varios de sus colegas psicoanalistas: “Qúe sucedió con la excitación?” (1999, p. 49) Hay excitación en las pasiones eróticas de los adultos. Estas no son aguas apacibles.

     El texto de Joyce McDougall entra con frecuencia en las agitadas aguas de la sexualidad adulta inspiradas por los deseos y los conflictos sin tiempo: “Descubrí que el terror a disolverme, a perder los límites de mi cuerpo o el sentido de ser, a explotar dentro de otro o a ser invadida e implotada por otro; eran eslabones enterrados – tan reiterados como novedosos – de arcaicos sentimientos amorosos y sexuales originados en la primera infancia” (1995, p. xvi)

     Estos exaltados deseos y temores insuflados con la fuerza del cuerpo adulto emergen y vuelven a emerger con implacable (Winnicott diría despiadada) vitalidad en las relaciones eróticas adultas y en la dinámica transferencia/contra-transferencia de la psicoterapia profunda. Para entrar en los territorios de lo erótico en la relación terapéutica, para entrar plenamente en las relaciones sexuales adultas invitamos a las fuerzas de las vicisitudes de la vida cargadas de fantasía, idealización, desilusión, frustración, agresión, excitación e imprevisibilidad. Exploraré la interacción entre la ansiedad, el placer, el contagio, la diferenciación y la pérdida, esenciales al desarrollo de la sexualidad madura. Es un territorio complejo y perturbador  – territorio que supongo tanto terapeuta como paciente tienden a evitar con frecuencia

Placer y Desintegración

     En los escritos de Reich que tratan sobre la relación somática madre-hijo (Reich, 1983) advertimos que fue comprendida la crucial importancia que para una madre tiene la experiencia de sentir placer y vitalidad erótica con el cuerpo de su niño (“contacto orgónico”) Nunca articuló íntegramente una teoría sobre sexualidad e intimidad separada del modelo Freudiano – gobernado por la catarsis y la restricción (Corneil, 1997). En la exploración que realiza el niño ahora vemos que la experiencia de placer es absolutamente central para la organización de su sentido vital de ser, no sólo en relación a sus progenitores sino también en relación a su propio cuerpo (Klein, 1972, Lichtenberg, 1989, Emde, 1988, 1999, Stern, 1990). Schore sintetiza los resultados de los estudios contemporáneos sobre la relación madre-niño del siguiente modo:

     “Estos datos subrayan un principio esencial pasado por alto por muchos “teóricos de la emoción” – la regulación del afecto no sólo consiste en la reducción de la intensidad afectiva que modera las emociones negativas. También incluye la amplificación: una intensificación de las emociones positivas, condición necesaria para una auto-organización más compleja. El apego no consiste solo en el restablecimiento de la seguridad después de una experiencia de des-regulación y stress negativo sino en la amplificación de afectos positivos en interacción ” (en impresión, manuscrito sin publicar)

     Así como los progenitores de un niño en crecimiento se ocupan, amplifican y disfrutan de la vitalidad de este nuevo organismo que está emergiendo y se está organizando, la relación terapéutica es en sí misma un medio para crear y fortalecer la capacidad de sentir afectos positivos (y agresivos) y para regular afectos negativos y angustia

     En un lenguaje que orilla lo poético Bollas ofrece la siguiente descripción: “Esencial para la gestación del maternaje es el amor erótico hacia su niño, transmitido particularmente en el erotismo del amamantamiento como forma de sexualidad de por si. Con los pechos llenos, frecuentemente anhela con dolor el ataque apasionado de su infante hambriento quien al succionar inspira en ella un placer radiante que recorre todo su cuerpo… No es sólo a través de la lactancia que la madre irradia su erotismo. Baña a su niño con seductoras metáforas sonoras, arrullando oohhh.. aahhh…  atrayendo al ser del bebé del territorio autista hacia el deseo de una voz… El lenguaje maternal conecta las palabras al deseo mucho antes que puedan ser usadas para expresar sus propios deseos. Al “narrar” el cuerpo del niño, su madre lo toca con dedos acústicos, precursores de toda conversión de palabra a cuerpo, y asimismo logrando su reverso cuando al cuerpo se lo pone en palabras…  Cada dia y durante años ella advirtió – de incontables maneras – cuán fascinantes eran las expresiones corporales sexuales y agresivas de su niño, engarzando los avances y llevando a la palabra el cuerpo que ella despertó” (2000, pp. 42-45)

     Volviendo a la poesía de Sharon Olds, descubrimos una elocuente invocación de los conceptos de Bollas:

Volviendo a casa del bar de la mujer soltera

entro en la habitación de mi hijo

duerme – rostro pecoso, puro

echado, el revestimiento púrpura de su boca

sombreados y elegantes, sus pequeños dientes

brillando pálida y lechosamente en la oscuridad,

párpados como ópalos se estremecen

sus manos cerradas, como alas de insecto

en medio de la noche

Que haya suficiente

espacio para su vida; la cabeza, los labios

garganta, muñecas, caderas, pene

rodillas, pies. No dejes alguna parte

sin apreciar. A cualquier mundo nuevo que ingresemos

llevaremos a este hombre

(1984, p. 68)

     El poeta Gary Snyder captura exquisitamente aquello que Bollas aspira a compartir ampliando la díada materna a una tríada erótica madre-padre-niño:

El lugar oculto de la semilla

Trama de venas fluyendo por las costillas, juntando

leche y recogiéndola en un pezón – llena

nuestra boca –

La leche mamada de este cuerpo emite a través de

ondas de luz; el hijo, el padre,

comparten el gozo de la madre

Que trae suavidad a la flor del asombroso

portal de loto abierto y ondulado que tomo y beso

Kai atrapado en el pecho de su madre, ahora

es destetado de este, nuestro cuerpo

Nos frotamos

Estos niños que aman a sus madres

Que aman a los hombres y entregan a sus hijos

A otras mujeres

(1999, p. 469)

     El erotismo que transmiten las palabras de Bollas, Olds y Snyder impulsa a los niños a entrar en sus cuerpos y al futuro de sus cuerpos. Son las eróticas tempranas que llevan al niño más allá de la comodidad y el sustento del capullo niño-progenitores y establece los cimientos para la intensidad de las relaciones adultas

     El placer y el erotismo que comunican Bollas y Snyder no son justamente las experiencias que la mayoría de nosotros llevaría a psicoterapia, especialmente a la terapia psico-corporal. Los pacientes con frecuencia llegan a la psicoterapia buscando sanar heridas infantiles vinculares anhelando una relación terapéutica idealizada con un padre sustituto comprensivo y casi perfecto. Podría haber lugar para dicho acuerdo pero opino que la dulzura y la idealización – en una relación terapéutica – no son suficientes si buscamos ampliar la capacidad para establecer vínculos apasionados

     Las relaciones maduras adultas no son seguras y predecibles. Mann observa: “lo cómodo no se encuentra en la naturaleza de lo erótico” (1997, p. 18)

     Bataille explica: “Todo el asunto del erotismo radica en destruir el carácter auto-contenido de los implicados tal como es en lo cotidiano. La acción decisiva es desnudarse por completo. La desnudez contrasta con las posesiones, con la existencia discontinua. Es una actitud que revela la búsqueda de coherencia del Ser más allá de los propios límites. Los cuerpos se abren a un estado de coherencia a través de canales secretos otorgando una sensación de obscenidad. La obscenidad es nuestro término para designar la incomodidad que altera la sensación de poseer una individualidad estable y reconocida (1986, pp. 17-18)

     Lo erótico es invasivo, desnudo, contagia el deseo de ser guiado. Nos preguntamos quién le hace qué a quién? En su canción “Esencia” Lucinda Williams (2000) expresa este deseo en lenguaje directo

Nene, dulce nene, bésame duro

Asi me pregunto quién tiene el control?

Nene, dulce nene, no es suficiente

Por favor, ven y cógeme

Lo erótico es habitualmente confuso. Una relación terapéutica madura también debería tener la capacidad de ser confusa

     En un escrito sobre la lujuria Dimen se regocija en el “caos” de la intimidad tanto en el proceso psicoanalítico como en el sexo “… intimidad, unión, calidez, complejidad, confusión, y las penumbras de cuerpos y mentes que crecen dentro y fuera de cada uno – un caos complicado y trastornado…” (1990, p. 430)

     Dimen continúa: “Muy en lo profundo la lujuria no es el resultado de la descarga sino el penúltimo momento en la cumbre de la excitación, cuando excitarse es y no es suficiente, cuando cada aumento de excitación es paradójicamente satisfactorio. Orgásmico. No quiero quedarme sin el orgasmo – catarsis – pero no es acaso el placer de la lujuria igualmente esencial? Una necesidad que busca la satisfacción, satisfacción que se convierte en apasionante necesidad? Una excitación cuya gratificación es simultáneamente excitante?” (1990, p. 431)

     En un ensayo sobre erotismo igualmente evocativo, Ruth Stein (1998) expresa “en su vehemencia e irracionalidad el erotismo podría parecer monstruoso o al menos incomprensible” (p. 257) describe al erotismo como un medio para ”llevarnos más allá del umbral de nuestra individualidad separada: nos desintegra” (p. 255) el cual “responde a y expresa la necesidad de lo mágico, de traspasar las propias fronteras, de dotar de sentido la propia sensualidad y corporalidad, un sentido esclarecedor y sorprendente…” (p. 266)

     Juan se rehusaba a ser desintegrado, mantenía una cierta distancia con la vida, sin embargo atormentado por su incapacidad de conectar sus afectos con sus actividades sexuales inició una terapia conmigo. Ahora, promediando la década de los treinta, se volvió sexualmente activo con hombres adolescentes. Juan es un hombre brillante con un admirable sentido del humor. “Tengo sexo” diría irónicamente “pero no relaciones sexuales”. Expresaba disgusto por la naturalización de este tipo de sexualidad en la dominante subcultura gay

     Gran parte de nuestro trabajo inicial estuvo enfocado en sus prolíficos sueños y fantasías sexuales concientes habitualmente cargados de añoranza; sus fantasías masturbatorias se sustentaban en el sexo mecánico (la broma era: “sólo ponela, macho”) o en encuentros sexuales forzados con sometimiento y humillación en los que el otro se apoderaba de su cuerpo. Juan intentaba darle sentido a tales fantasías “parece que no puedo lograr que algo ocurra, imagino que alguien lo hará”. Juan expresaba alivio y aprecio al poder expresar por fin sus fantasías y alcanzar cierta comprensión y compasión por él mismo. Progresivamente fue sintiendo menos interés por el sexo hasta tanto pudiera percibir un cambio dentro de él

     Durante el trabajo no hicimos contacto físico, ni nos saludamos con la mano, ni nos dimos un abrazo al final de las sesiones sin embargo se advertía entre nosotros una inconfundible cercanía. Al finalizar una sesión me sentí particularmente movilizado, y mientras Juan caminaba hacia la puerta espontáneamente coloqué mi mano sobre su hombro. El no dijo nada, no hubo una respuesta explícita pero yo percibí su piel y sus músculos replegarse bajo mis dedos

     La siguiente sesión fue como de costumbre. Juan no mencionó el contacto de la sesión anterior. Fue un toque efímero, tal vez ni siquiera lo advirtió. Recordaba la reacción de su cuerpo y deseaba que no lo haya notado. Dudé si mencionarlo, pero por temor de haber cometido una seria equivocación le pregunté si se percató que la semana anterior lo había tocado. “Por supuesto” fue su breve respuesta. “Deberíamos hablar sobre ello?” le pregunté. Juan respondió “Me imaginé que diría algo así, usted primero”. Le dije lo que había estado sintiendo sobre el final de la sesión y que había llegado a tocarlo sin premeditarlo. “Estuvo bien” dijo, “sé que lo que a mí me sucede a Ud. le importa, y así lo percibí”. Describí la sensación que tuve de su cuerpo retirándose de mi mano, mi consecuente desaliento e incomodidad. “Es mi conducta normal Bill. Nada personal. No fue tu error. Desearía haberlo disfrutado pero odio que me toquen. Realmente no lo soporto”. Expresé mi sorpresa frente a este accidental descubrimiento y le pregunté porque nunca me lo había dicho. “No me siento orgulloso de esto. Me hace sentir más jodido todavía. Me imaginé que eventualmente llegaríamos a este punto o que tal vez cambiaría sin tener que hablarlo. Aún si en la oficina alguien me habla y me toca el hombro simplemente gritaría `No me toques!´ Lo odio pero supongo que tenemos que conversarlo” respondió Juan. Con humor comenté “Odiar ser tocado debe llevar a que tener sexo sea aún mucho más difícil”. “Bueno, existen formas de tener sexo sin ser tocado. Sólo el acto, señor, sólo el acto, y retírate

     Fue un punto de inflexión en nuestro trabajo. Juan no producía asociaciones en relación al motivo de su conducta, no tenía hipótesis ni recuerdos que pudieran dar cuenta de este profundo rechazo. Reconoció tener fantasías de que yo lo sostuviera en mis brazos, de poder percibir mi ternura por él y de que él fuera capaz de llorar deshaciéndose en mis brazos pero realmente no podía imaginarse haciéndolo. Le sugerí que previamente deberíamos trabajar en forma directa con su rechazo, con el aspecto físico del repliegue de su piel y sus músculos. Nos adentramos en los espacios eróticos de la aversión. Durante meses exploramos el contacto directo, las ganas de su cuerpo de no ser tocado y luego la aceptación de ese rechazo cargado de vergüenza y desconsuelo. Había pasado casi veinte años procurando que su cuerpo actúe en forma correcta o al menos aparentemente correcta. La vergüenza y el auto-desprecio le habían impedido acceder a este tipo de exploración y experiencias

     El rechazo que el cuerpo de Juan sentía al contacto puede ser considerado una defensa, por supuesto. Tales defensas corporales son confrontadas y desarmadas dentro de las tradiciones Reichianas y Neo-Reichianas. A partir de todos mis años de trabajo con el cuerpo aprendí que la confrontación y el intento de transformar los patrones defensivos en un proceso terapéutico podrían entorpecer un aprendizaje crucial. Juan había alterado su cuerpo a lo largo de su vida en respuesta a demandas ambientales y diferentes clases de juicios. Yo no iba a formar parte del coro que juzgó y configuró su cuerpo. La habilidad de habitar juntos esos espacios “negativos” empapados de vergüenza y ansiedad – sin la intención de modificar sus sentimientos y transformar su conducta – comenzó a devolverle su cuerpo. Fue el comienzo del despertar de su vida erótica

     Al despojarnos y excedernos en las relaciones eróticas, al desnudarnos frente a otro estamos invitados a desarmarnos y revisar, desarticular y (ojalá) re-articular la historia de nuestros amores, deseos, dependencias y momentos de pasión y locura. Dichas desintegraciones son reorganizaciones frágiles, fuente de una profunda ansiedad y esperanza

Contagio Erótico: Transferencia y Contratransferencia

     La transferencia y la contratransferencia eróticas son una forma de desintegración, son la fuerza y la forma de los deseos de la adultez emergiendo de la sombra de lo negado, de anhelos rechazados y perturbadores

     Cuando nos internamos en el ámbito de lo erótico con nuestros pacientes vamos hacia la adversidad o estamos convocando lo posible? Danzamos juntos sobre el filo de una navaja? Permitimos que las fuerzas del deseo y las fantasías eróticas perturben lo familiar y el orden que establecen los límites terapéuticos? Cuál es la esencia de la transferencia erótica? Qué obtiene el paciente? Lo erótico es inherentemente contagioso, suscita las confusiones del deseo. “A quién le pertenecen estos sentimientos?” “Quién los originó?” “Quién eres para mí?” “Quién soy para ti?” “Dónde están los límites entre el deseo y la acción?” Lo erótico arroja no sólo al paciente sino también al terapeuta al territorio de la ambigüedad, la ambivalencia, la excitación, la ansiedad y la aversión. Cómo podría esto ser bueno para alguien? Cómo contener y disponer de mi contratransferencia erótica para que sea una fuente de información y no contamine?

     Davies observa que “los psicoanalistas se han retraído a sí mismos, a sus pacientes, y a la comprensión del proceso psicoanalítico en un intento de minimizar, rechazar, proyectar y patologizar los sentimientos sexuales que surgen en el vínculo analítico en el marco del  encuentro íntimo y emocionalmente poderoso que se da entre ambos” (1998, p. 747). Davies considera que estas ansiedades están arraigadas en los temores y prohibiciones del acto sexual entre terapeuta y paciente favorecidos por la falta de una teoría inteligentemente articulada sobre la “naturaleza de la sexualidad normal adulta y sus manifestaciones en la práctica clínica” (p. 751) Argumenta que una vitalidad sexual (yo diría erótica) es inherente y saludable en las últimas etapas de una terapia profunda, que los sentimientos concomitantes de vitalidad y atracción no deben ser evitados o vividos en silencio y eliminados de la clínica, sino aceptados y examinados

     A su vez Mann define la psicoterapia como una relación erótica en la que la fuerza de lo erótico es el medio principal que impulsa el crecimiento y el cambio: “… propongo que la manifestación de la transferencia erótica representa el más profundo deseo que tiene el paciente de crecer… A través de lo erótico se iluminan los abismos más profundos del psiquismo… El desarrollo de la transferencia erótica es una instancia extraordinaria de transición donde se encuentran apasionadamente aspectos repetidos y transformadores del deseo inconciente del paciente. El corazón de lo inconciente es visible en toda su “pasión esencial” y al mostrarse, ofrece la oportunidad para la transformación y el crecimiento psíquicos”  (1997, p. 9-10)

     Mi experiencia clínica refleja las posiciones articuladas por Mann y Davies. La comprensión de las fantasías eróticas y la transferencia/contratransferencia extiende y profundiza el trabajo terapéutico hacia el cuerpo. Le damos la bienvenida a las necesidades eróticas para ser exploradas, no ignoradas o actuadas

     Es importante aclarar la diferencia entre transferencia erótica y transferencia erotizada (Gorkin, 1984; Bolognini, 1994; Mann, 1997; Bonasia, 2001). Hablar de transferencia erotizada es hablar del uso defensivo de lo erótico y de la sexualidad. En la transferencia erotizada los sentimientos que emergen en la relación que se desarrolla y profundiza no son auténticos sino impuestos. La transferencia erotizada es específicamente una transferencia idealizada que anula la posibilidad de profundizar y cuyo propósito defensivo es el de alejar conflictos y pérdidas. Hay una típica demanda abierta o encubierta de que el terapeuta responda o valide estos sentimientos. La transferencia erotizada es de una sola vía, de paciente a terapeuta, y entretanto el terapeuta podría verse enredado en ese tipo de adivinanza transferencial, no es una transferencia que evoque placer y afecto en él. Una contratransferencia erotizada es igualmente de una sola vía, sirviendo a las necesidades narcisistas del terapeuta impuestas sobre el paciente

     En cuanto al trabajo dentro de la matriz erótica transferencial/contra-transferencial, no estoy exhortando al terapeuta a compartir abiertamente sus sentimientos sexuales o eróticos con el paciente – aunque Davies lo hace. He descubierto que efectivamente, casi sin excepción, revelar abiertamente mis sentimientos de interés o desinterés sexual ha trivializado el espacio erótico anulando – al menos temporalmente – la posibilidad de explorar territorios más complejos y ambiguos. Mi argumento apunta a que el terapeuta utilice la contratransferencia erótica para reconocer y comprender lo que el paciente puede tanto física como emocionalmente dentro de la relación terapéutica. Los sentimientos y expectativas eróticas que aparecen en la transferencia son habitualmente atribuidos al terapeuta (“Ud. me hace sentir de este modo”, “nunca hasta ahora había logrado sentir algo así por nadie”). La aparición del deseo debe ser devuelto al paciente

     María inició su proceso terapéutico conmigo diez años después del fracaso de su primera y única relación amorosa que comenzó en el colegio secundario y continuó hasta poco después de completar sus estudios universitarios. Durante la relación María y su pareja compartieron un departamento. Cuando terminó, María se quedó viviendo sola, pero su vida estaba llena de vínculos surgidos en la universidad y el trabajo. Durante esos años se sentía levemente deprimida aunque profundamente gratificada por su trabajo. Paulatinamente sus amigos se mudaron a otras ciudades, se casaron, formaron sus familias y así su grupo social se fue disolviendo y María no logró renovar sus relaciones perdidas. Su depresión se profundizó y allí comenzó su terapia. Al inicio su atención se enfocó en su infancia dominada por el desinterés y la negligencia de sus padres, marcada por arranques de violencia de su cruel madre y juegos violentos entre sus hermanas

     María se mudó a Pittsburgh buscando una mejor oportunidad laboral y fue allí que vino a verme. Su intención era trabajar con su depresión, la que consideraba ser consecuencia de haber blindado su historia y todos los afectos asociados a ella. Vivir sola era para ella un simple hecho en su vida y no el foco de su trabajo terapéutico. Guardé los sentimientos que me despertaba su soledad ya que en sesión nunca hizo referencia a problemas relacionados con su vida solitaria. No estaba generando amistades. Conservaba una vida ocupada y satisfactoria con su trabajo, jardinería, una serie de actividades al aire libre, viajes y trabajo voluntario. Su contacto social estaba organizado dentro de dichos contextos significativos. Hasta donde yo supe nunca invitó a nadie a su casa. Nos involucramos en una psicoterapia tradicional sin un trabajo directo orientado a lo corporal. Sentía gran admiración por María, por la integridad y seriedad con que abordaba su vida. Con el tiempo desarrollé un gran cariño por ella saludándola con una ligera sonrisa al inicio de cada sesión. Mi sonrisa no era devuelta pero yo estaba seguro de que la registraba. Después de seis años de trabajo comencé a percibir el retorno de un gesto tímido y fugaz

     Con frecuencia María no recordaba el contenido de las sesiones de semana en semana. Me ocupé de mantener la memoria y el sentido de nuestro trabajo durante un considerable tiempo, lo que gradualmente internalizó como evidencia de mi interés y mi afecto. Yo observaría mi preocupación por ella y a la vez haría comentarios sobre su lucha por encontrarle significado a su experiencia interna, incluso de una semana a la siguiente. Gradualmente su depresión fue disminuyendo

     Comenzó a referirse a su sentimiento de soledad, describiendo cómo deambulaba por su casa de noche – suficientemente grande como para deambular – preguntándose cómo es que nunca había nadie allí. Ella interpretó su soledad como síntoma del regreso de la depresión. Yo lo interpreté como síntoma del regreso de su vida y su vitalidad, aunque de modo precario. Había comenzado a buscar un asenso en su trabajo, una mejora diría con humor, “organizando” una serie de movimientos al servicio de su siguiente paso laboral. Al describir las conversaciones telefónicas y los “poderosos almuerzos” transmitía un sutil pero inconfundible costado de excitación y ansiedad. Cuando se lo comenté, María interpretó ese reservado tinte emocional como una señal de su propia desconfianza en la posibilidad de avanzar laboralmente. Había una cualidad peculiarmente más personal en sus reacciones sobre esas reuniones. Comencé a compartir mis percepciones invitándola a reconocerlas y abrirse a ellas mientras “organizaba”. Reconoció tener fantasías con sus nuevas relaciones, las que rechazaba rápidamente, en cuanto a salidas a cenar y ver películas. Se dio cuenta que esperaba esos encuentros y que le gustaban algunas personas que había conocido. No se podía imaginar iniciando algo más personal pero podía percibir que su modo de estar estaba cambiando sutilmente

     Un día devolvió mi saludo con una gran sonrisa que llenó sus ojos y su rostro. Sentí una apresurada delicia. Todo su rostro se transformó invitándome a mirarla. Anunció con alegría “tuve una de mis reuniones esta semana, un elegante almuerzo, la pasé realmente bien. No me importó si conseguía el trabajo. Simplemente la pasé muy bien como si me hubiera olvidado de porqué estaba ahí… y ella me invitó a una fiesta creo que es una cita, o sea, no dijo que era una cita pero sentí que me estaba invitando a una cita. Pasó taaaaanto tiempo desde mi última cita que por supuesto podría estar equivocada”.  Yo le dije “María, estuve años esperando ver en tu rostro una sonrisa como esta, te garantizo que si esta mujer no te está invitando a una cita y ve esta sonrisa en tu rostro deseará que lo sea, y podría convertirse en ella. Te presentas a la fiesta con esta sonrisa y mucha gente en esa sala estará interesada en invitarte a salir”. El potencial erótico no fue producto de mis sentimientos por María pero, al menos en parte, fueron alimentados y habilitados por mi interés en su vida, en sus deseos y en su potencial interior. En casi diez años de terapia nunca hice contacto físico con ella pero la he tocado de muchas otras maneras. Ella dice que la mantengo en contacto con la realidad

     La matriz transferencia/contratransferencia no es toda dulzura y luz. La luz de lo erótico a que se refiere Mann brillando en la más honda profundidad del psiquismo penetra oscuras sombras y espacios de confrontación tanto en el paciente como en el terapeuta, quienes experimentan turbulencias corporales y emocionales, incertidumbres y conflictos. Como observa Billow: “La pasión del analista, su capacidad para sentir tanto lo primitivo como lo maduro en el paciente no puede ser legislado ni provocado a la fuerza” (2000, p. 418). Los elementos de la contratransferencia erótica podrían incluir insensibilidad, desinterés, rechazo, atracción, ternura o excitación. Todas estas reacciones son señales de que algo está siendo posible dentro de la vida erótica, somática y psíquica del paciente. En mi experiencia clínica, no es beneficioso que el terapeuta sencillamente comparta tales sentimientos con el paciente. El terapeuta necesita sostener dichos sentimientos, metabolizarlos, descubrir su significado y ofrecerle al paciente un tipo de traducción que sea funcional a su vitalidad erótica. La revelación de los sentimientos eróticos del terapeuta – ni hablar de la actuación – probablemente detendría la exploración y la comprensión, y frustraría la oportunidad que tiene el paciente de apropiarse de sus deseos. Bonasia establece sucintamente que “el analista debe hundirse en la fantasía erótica sin ahogarse en ella” (2001, p. 260) yo agregaría: sin además ahogar al paciente. Para que lo erótico permanezca abierto y vivo entre los placeres y pasiones del proceso terapéutico es esencial que el paciente no se convierta en objeto de atracción y deseo del terapeuta sino de permanente atención, curiosidad y afecto

Diferenciación y Maduración

     Mann observa que lo erótico nos impulsa a una “mayor diferenciación e individuación… mayor complejidad y a estructuras más diversas y variadas” (1997, p. 9) Aparece aquí la distinción entre el impulso erótico que empuja hacia la vida adulta y la intimidad, y aquél que empuja regresivamente en el sentido de añoranzas infantiles y fantasías de fusión. El trabajo con la matriz de la transferencia erótica posibilita un gradual movimiento evolutivo que va de las fantasías y anhelos juveniles impulsados por el deseo a los psíquicamente sustanciales y diferenciados. Dentro del campo de la contratransferencia erótica habrá momentos en los que el paciente de pronto aparece como un objeto de deseo, de incitación, de excitación, de odio y/o de rechazo. Estas no son estructuras vinculares sino momentos de intensa apertura y reconocimiento

     Al respecto he aprendido mucho de la articulación que propone Davies sobre la función del “progenitor post-edípico” descripto como un “progenitor cuyas funciones como objeto y  experiencias personales se arraigan más en el reconocimiento de la sexualidad sentida y el intercambio íntimo que nutre y libera la sexualidad emergente del niño” (1998, p. 753). La relación terapéutica, aún en medio de la intensidad y la turbulencia de la transferencia y la contratransferencia eróticas no es un fin en sí mismo, sino un medio para encontrar la vida y el amor en otra parte. Davies continúa “Tal vez sea directamente por nuestro rol como progenitores – en este caso como analistas – que finalmente logremos llegar a un acuerdo con lo que podemos y no podemos tener, los cautivantes remanentes de los deseos edípicos que alimentamos en nuestros hijos hasta dejarlos ir hacia un amante más adecuado para el gozo” (p. 764)

     De un modo similar y más agudo Bolognini describe este logro terapéutico y evolutivo sustituyendo la voz del terapeuta por la del padre: Tengo una idea propia que expresaré con una imagen, todo buen padre debería al menos bailar el vals con su hija y  mostrarse entonces movilizado y honrado… Del mismo modo cada padre debería ser capaz de dar un paso al costado en el momento oportuno para no impedir el proceso gradual de separación de su joven hija luego de haber protegido y estimulado su crecimiento – hasta acompañarla al altar para entregar simbólicamente su mano al verdadero compañero sexual adulto (1994, p. 82)

     La poetisa Sharon Olds escribe sobre sus hijos mientras los observa madurar, primero sobre su hija en “Para mi Hija”

Y esa noche llegará. Alguien en algún lugar

entrará en ti, su cuerpo cabalgando

sobre tu cuerpo blanco, separando

tu sangre de tu piel, tus ojos oscuros, líquidos

abiertos o cerrados, tu pelo sedoso

resbaladizo, fino como el agua

vertida por la noche, las delicadas

hebras entre tus piernas rizadas

como puntadas descocidas. El centro de tu cuerpo

abierto, como una mujer que rasga

la costura de su pollera para poder correr. Sucederá,

y cuando suceda estaré aquí mismo

en la cama con tu padre, como cuando aprendiste a leer

te irías a leer a tu habitación

tal como yo leía en la mía, versiones de la historia

que cambia con el relato, la historia del río

(1984, p. 65)

     Nuevamente vemos, como en el poema para su hijo antes citado, que Olds no se cohíbe con la corporalidad de la vida de sus hijos, la sensualidad de sus cuerpos en desarrollo. El deleite parental, la ansiedad y el amor se entremezclan en sus reacciones hacia esos cuerpos jóvenes, emergentes. El encanto erótico que Olds siente por sus hijos pero no los posee los arroja hacia adelante, al mundo, a los brazos de otros. En sus poemas captura lo que creo que Davies calificaría de amor post-edípico. Como terapeutas en apasionada asociación con nuestros pacientes, nos comprometemos, nos asombramos, descubrimos, confrontamos, protegemos, estimulamos, acompañamos, disfrutamos y luego dejamos ir

      Inesperadamente una día Sandra me dijo “Hoy cuando manejaba hacia acá me descubrí pensando que probablemente sus pacientes tendrían frecuentes fantasías sexuales con Ud. no es así?” “Mis pacientes tienen todo tipo de fantasías sobre mí, algunas de ellas ciertamente sexuales y eróticas, otras decididamente no. Estás intentando decirme algo sobre tus sentimientos hacia mí?” respondí. “Oh, no, lamentablemente no estoy tan adelantada. No tengo fantasías sexuales sobre nadie, pero me gustaría. Supongo que era un tipo de fantasía sobre Ud. Lo que pensaba era que seguramente la gente tiene constantes fantasías sexuales con Ud., la gente no tiene fantasías sexuales conmigo, si las tuvieran qué les daría yo para persistir? Realmente no lo se. Ni siquiera sé si Ud. tiene a alguien en su vida, pero tiene una forma de ser que la hace sentir viva a una. Realmente lo imagino muy vital. Eso debería hacerlo atractivo para los demás. Me estimula cuando vengo a verlo, como si algo de su energía pudiera frotarse sobre mí de algún modo. Magia, supongo. Pero yo se que Ud. desea cosas para mí, más para mi vida de lo que me permito desear. No creo que sea algo en particular, no de ese modo, pero Ud. no teme desear”. Con ese intercambio entramos en las etapas iniciales del reconocimiento de los deseos eróticos. Nuestra relación terapéutica comenzó a proveer el combustible para las posibilidades del deseo, del anhelo. Mi interés manifestado en la vitalidad tanto conciente como inconscientemente fue al menos tan importante – gradualmente más y más importante – como mi interés en ella. La percepción de Sandra sobre mi amor por la vida la impulsó más allá de nuestra relación, hacia la creación de un mundo propio y de relaciones amorosas para ella

     Al examinar entre mis pacientes buscando un conciso ejemplo de diferenciación y maduración eróticas pensé en Tony y reconocí que su proceso refleja el de varios pacientes varones en busca de una sexualidad más vital. Aunque algunos detalles son específicos de Tony la presentación de este caso testimonia el trabajo realizado con muchos de ellos

     Tony llegó a verme recomendado por la terapeuta de su madre quien se puso en contacto conmigo antes que Tony realice la llamada inicial. Un comienzo interesante, pensé silenciosamente. Justificó su llamada explicándome que sólo conocía mi reputación y que sintió la necesidad de realizar una evaluación personal sobre mi filosofía de trabajo antes de darle mi nombre al hijo de su paciente. Luego me explicó que había visto a Tony varias veces dentro del contexto del tratamiento con su madre. Le preocupaba la forma en que Tony, de cuarenta años,  trataba a su madre – en forma distante y cruel. También le preocupaba que Tony sea poco honesto conmigo de modo que quería aportar algo de la historia. Sugerí que la mayoría de los pacientes son poco honestos con sus terapeutas y que daría la bienvenida a cualquier hecho, mentira o defensa que Tony trajera a la terapia. La terapeuta de la madre de Tony no tenía sentido del humor. Rechacé su deseo de proporcionarme la historia de Tony

     Desde el llamado telefónico inicial quedó claro que Tony era un muchacho bastante capaz y dispuesto a realizar sus propios llamados telefónicos. Quedó claro también que estaba muy decidido a comenzar psicoterapia. Desde el comienzo Tony mantuvo una exquisita contradicción en su propia presentación: conocido internacionalmente por su trabajo, se sentía sin embargo el objeto de desdén de todos, obsesionado por una implacable sensación de fracaso. Lograba manejar un maravilloso acoplamiento entre una autoridad evidente y un sometimiento crónico al auto-desprecio. Dispuesto a reclamar toda responsabilidad por lo que demostraba ser su patrón evitativo, me agradecía constantemente por la paciencia y la comprensión. Le mencioné que si tuviera algo que agradecerme sería mi perseverancia, mi interés por él y el confrontarlo en su afán de adjudicarle el éxito de nuestro trabajo a mi personalidad antes que a sus propios esfuerzos

     Su vida amorosa también estaba caracterizada por el patrón del sometimiento. Tony no se acercaba a las mujeres. Consideraba que hacerlo era ser egoísta y demandante. Él esperaba ser abordado. Buen aspecto, bien vestido, de buena conducta y ciertamente pudiente, nunca tenía que esperar demasiado. Una vez divorciado, se vio involucrado en una serie de diversas relaciones apasionadas pero caóticas. Estaba bien entrenado. Desde su primera infancia la vida de su madre estuvo plagada de trastornos, crisis, estallidos y colapsos de uno y otro tipo. Su padre los abandonó y Tony fue el bálsamo para las heridas de su madre hasta la actualidad en que está por cumplir 40 y ella 70

     La vida conciente de Tony estaba dominada por las mujeres incluyendo su madre, quienes parecían estar siempre necesitándolo pero nunca sintiéndose satisfechas con lo que recibían. La vida onírica de Tony estaba dominada por hombres hiper-masculinos que conquistaban a las mujeres, que lo amenazaban y atacaban y a quienes él hallaba fascinantes. Estos hombres al menos sabían “cómo ser varones”. Los hombres de sus sueños le recordaban a colegas agresivos y narcisistas por quienes sentía a la vez envidia y desprecio como en los tantos cuentos relatados por su madre sobre su auto-indulgente padre que sólo tenía interés por sí mismo. Siendo adulto conoció a su padre y lo percibió más como un pendenciero torpe e infantil que como un bastardo todo poderoso. Su vida onírica era un humillante recordatorio de sus fracasos como hombre, su incapacidad de plantarse y de pelear por lo que quería. Le aterrorizaba que sus sueños fueran una expresión homo-erótica de alguna clase. Le resultaba difícil percibir el núcleo de identificación de esos sueños. Reconocía vagamente que quería que yo sea una versión de esos hombres y que tendría que dejar de temerles y de censurar la forma en que los percibía

     Tony y yo trabajamos juntos por varios años. Se entretejieron una infinidad de factores para dar sostén al desarrollo de un self más fuerte y enérgico. En el núcleo de su transformación ubico mi persistente confrontación con la forma degradante y sumisa de mostrarse, especialmente en nuestra relación. Creamos un espacio terapéutico de desinterés hacia quienes lo rodeaban mientas con dolor construimos un espacio de interés hacia sus propios intereses. Insistí mucho en que tenía derecho de asediar a las mujeres simplemente por el hecho de que se sentía atraído hacia ellas para su propia satisfacción sexual. Descubrió que la lujuria no es una motivación tan desagradable, que no debilita el corazón ni destruye el sentimiento por la otra persona. Habiendo ganado una sensación de libertad también siente un genuino arrepentimiento (reemplazando hábitos que adormecían sus pasiones a raíz del sentimiento de culpa) y una inclinación por la experiencia ajena. Está descubriendo que puede interesarse en las diferencias, aún excitarse, antes que sacrificarse en pos de la experiencia y los deseos de los otros. Ya no se aflige por su interés o desinterés sexual

Los Otros y las Pérdidas

     Retomo las palabras de Green, ya que reconoce la tendencia de defendernos inclusive de otro aspecto sexual y genital en los adultos:  “… sucede la mayor parte del tiempo porque los pacientes tienen una cierta idea inconsciente de que ofrecerle plena importancia a la sexualidad y a la genitalidad podría conducirlos a un mayor peligro como la imposibilidad de aceptar la más mínima frustración, el martirio de la desilusión, la tortura de los celos, el tormento de admitir que el objeto es diferente a la imagen proyectada, la desorganización que trae el aniquilamiento del objeto o del yo en caso de conflicto, etc.. Y para evitar las posibilidades de fracaso renuncian a comprometerse en una relación plena y total dejando el campo a las regresiones que niegan la existencia de un objeto así como la insatisfacción que podría causarles (1996, p. 874)

     Devastación, frustración, desilusión, pérdida. Todas y cada una de ellas forman parte de una relación íntima plena y total en que realmente se conoce y ama a otro, quien inevitablemente probará ser diferente de lo que habíamos imaginado. No podemos soslayar la posibilidad de la pérdida en nuestros vínculos pasionales

     McDougall sugiere que la pérdida se encuentra en el centro mismo de nuestro desarrollo sexual “La noción de un Otro como Objeto o Lugar diferente de uno y del propio espacio sólo emerge como resultado de inevitables frustraciones con las que el pequeño nuevo ser humano está destinado a encontrarse y que despiertan sentimientos de furia seguidos de una forma primitiva de depresión. Así, en el proceso psicoanalítico, no nos va a sorprender encontrar huellas de lo que podríamos denominar “sexualidad arcaica” en las que apenas se pueden discernir los sentimientos de amor de los de odio. La tensión que surge de esta precoz dicotomía está destinada a formar un sustrato vital para las futuras expresiones sexuales, eróticas y amorosas” (2000, p. 156)

     La sexualidad madura requiere del otro, y la experiencia del otro se encuentra frecuentemente oscurecida por el pasado, a la sombra de la sorpresa, la incapacidad de tener el control asi como de la pérdida. McDougall enfatiza que el desarrollo sexual implica la negociación de una serie de pérdidas a lo largo de la temprana infancia, que el desarrollo sexual se encuentra entrelazado con la experiencia de la pérdida. La organización exitosa de estas pérdidas le permite al niño establecer una sensación independiente de identidad y vitalidad

     La primera pérdida para el niño es la de una madre constantemente disponible, perpetuamente complaciente. Como señala Winnicott, la madre debe volver a su propia vida y al hacerlo debe “fallarle” al niño renunciando a ser la madre perfecta para ser una madre “suficientemente buena”. En los espacios aparentemente vacíos dejados de imprevisto por la madre suficientemente buena el niño tiene la oportunidad de descubrir y explorar el entusiasmo, los límites y los movimientos de su propio cuerpo. Si todo marcha razonablemente bien, el bebé descubre que su cuerpo está vivo y que puede sentir placer con o sin la presencia de sus progenitores

     Las pérdidas continúan cuando el niñito se pone de pie y camina, ahora con la posibilidad de dejar a los progenitores así como de ser dejado por ellos. El cuerpo vertical y ambulante del niño se convierte en su propia fuente de excitación y exploración. Con frecuencia en esta etapa los padres experimentan la pérdida del bebé. Cómo procesan esta pérdida? Siguen disponibles para cuando el niño regrese? Continúa el niño siendo un objeto de placer, amor y sensualidad a medida que se independiza? Si es así, el niño aprende que la separación no es sinónimo de pérdida y que su cuerpo en desarrollo puede ser tanto una fuente de independencia como de intimidad

     Luego surge la sensación de pérdida asociada a la diferencia de género, el descubrimiento de las diferencias entre niñas y niños, madres y padres, y que no se puede ser ambos. El descubrimiento de la diferencia de género suscita ansiedad, confusión, atracción, rechazo y envidia en el desarrollo de todos los niños. Está bien ser varón? Está bien ser mujer? Cómo se sienten mis padres respecto de los varones? Y respecto de las mujeres? Cómo se ponderan el cuerpo y los genitales masculinos en esta familia? Cómo se ponderan el cuerpo y los genitales femeninos en esta familia? Qué significa parecerse más a la madre o al padre?

     Después llega la pérdida de la etapa edípica cuando el niño reconoce que el vínculo entre la madre y el padre es el vínculo primario dentro del sistema familiar y que la naturaleza sexual de ese vínculo lo diferencia de todos los demás en la familia. Al menos podríamos tener la esperanza de que esto sea cierto, ya que cuando no lo es el niño se enfrenta con una serie de presiones simbióticas y regresivas. El reconocimiento de la primacía sexual del vínculo entre los progenitores representa tanto la pérdida como la libertad para el pequeño. La tarea edípica y post-edípica de los padres consiste en celebrar el género del niño, disfrutar de sus habilidades, la progresiva independencia de su cuerpo y “nutrir para soltar la sexualidad emergente del niño” (Davies 1998,  p. 753)

     La articulación entre sexualidad y pérdida no concluye con la etapa edípica. Es inherente a los apegos apasionados de la vida adulta el hecho de poder sostener el amor y la excitación frente a los conflictos, las desilusiones y las privaciones

     En su novela “Nightswimmer” (Nadador Nocturno) Olshan nos ofrece una elocuente descripción de la profundización del deseo erótico que entrelaza el propio cuerpo y el ajeno con la permanente posibilidad de las ineludibles pérdidas: “Ese primer festín con el cuerpo de otro hombre es a la vez placentero y confuso. Quiero llenarme con todo, con cada pezón, con cada bíceps, con cada pulgada de su pene, pero quiero saborearlo, lo cual requiere más de un encuentro. Cuando conozco a un hombre durante un tiempo, cuando las partes de su cuerpo me resultan familiares, cuando llevo su perfume en mi ropa, en mis brazos, cuando deja de ser sólo un nombre y se transforma en un ser conocido; allí comienza la verdadera sexualidad. Para ese entonces ya me ha contado sus intimidades y conozco parte de su historia, y cuando busco tocarlo en la cama compartida noche tras noche, nada casual, no importa cuánta excitación, rivalizo con el poder de ese toque. Porque ese toque queda reducido a la comprensión de que podría perderlo todo, y mientras me muevo haciendo el amor soy completamente conciente de lo que podría perder” (1994, p. 64)

     Como adultos aprendemos a tolerar el deseo sin la promesa de la seguridad o la gratificación. Podemos sostener el deseo erótico y la excitación sexual tanto en brazos como en ausencia del otro pero no podemos evitar la pérdida. Podemos acaso mantener o recuperar los deseos apasionados después de perder a un ser amado ya sea por separación, divorcio, conflicto o muerte? No insinúo que sea fácil

     Meadow describe su propia lucha: “Sé que ahora, como mujer soltera que ha perdido a su compañero de muchos años, debo dirigir mi pena hacia otro ser humano con amor y pasión para evitar morir y encontrar quien me devuelva esas ansias. Me enfrento a tener que conocer a una persona que desee la misma clase de encuentro sexual al mismo tiempo que yo. Lo siento como un emprendimiento traumático” (2000, p. 175)

     Pienso en mi propia lucha al dejar un matrimonio de 25 años para emprender una vida apasionada, abrirme nuevamente a alguien. El sexo fue relativamente fácil de restablecer, la pasión no. Abrirse a una persona nueva desconocida, no lo fue. Tal reapertura evocó irremediablemente las pérdidas, los fracasos y las ansiedades de la disolución de mi matrimonio sin mencionar las pérdidas de mi infancia que yaciendo en las sombras oscuras fueron reveladas frente a la decisión de dejar a mi mujer. Tal reapertura fue esencial para recomenzar una verdadera vida. Invitar a nuestros pacientes a enfrentarse a las pérdidas y los fracasos, intentar abrazar nuevamente a otro, abrazar la vida, es una tarea fundamental y permanente de los psicoterapeutas

En Conclusión

Qué sucede cuando no celebramos el cuerpo de nuestros pacientes? Cuando nos alejamos de las fantasías eróticas y de la interacción? Bollas describe el impacto de una madre que no puede entrar al territorio erótico con su niño: “Específicamente la madre siente una fuerte ambivalencia hacia el niño como ser sexual, sobre todo hacia sus genitales, a los que no puede celebrar sensorialmente. El cuidado maternal que consiste en el “empleo de las manos” en este caso no puede erotizar el cuerpo del bebé… si la madre rechaza la sexualidad genital del niño – sin sonidos celebratorios, evitando la mirada, con un toque rígido – desplaza el erotismo hacia otras partes del cuerpo, trasladando el núcleo de la vida erótica y llevando la sexualidad profunda a un nivel superficial a modo de defensa… Siendo el amor maternal el primer campo de juego previo, una madre histérica ofrece al cuerpo de su bebé un deseo angustioso y sus toques energéticos conllevan indicios de rechazo y frustración, brindando un mensaje sexual ambivalente que “encierra” un conocimiento procedente de su propio saber inconsciente” (2000, p. 46-48)

     Cuando leí por primera vez las palabras de Bollas pensé en el daño que le hacemos a nuestros pacientes cuando retiramos la mirada, la mente, el lenguaje y la atención del terreno erótico, ya sea de los aspectos eróticos del juego transferencia/contratransferencia o de la profundidad y los placeres de sus relaciones sexuales y sus deseos. Con qué frecuencia me pregunto, ofrecemos una actitud empática y sostenemos un espacio con preguntas espirituales para evitar la intensidad, la incertidumbre y la perturbación de la pasión sexual? No estoy sugiriendo que necesitamos llevar a nuestros pacientes a los ámbitos del erotismo. Debemos crear un espacio agradable y reflexivo, un ámbito cargado eróticamente para sostenerlos en la investigación de los reinos de la pasión en la psicoterapia y en el mundo. Nuestra disposición a entrar en terrenos eróticos de angustia, deseo y placer les ofrece la oportunidad de reclamar sus cuerpos y su vitalidad de la aniquilación y la distorsión del tergiversado erotismo progenitores-infante o de los temores a los apegos apasionados y las relaciones íntimas

     Dinnerstein se refiere al “largo pasado” de nuestras pasiones eróticas pero también menciona el “ancho y profundo presente” de nuestras relaciones sexuales adultas. Green sugiere que los potenciales trastornos y las incertidumbres del ancho y profundo presente en el aquí y ahora de las relaciones sexuales adultas con frecuencia generan evitación y rechazo defensivos tanto en pacientes como en terapeutas. Me han dicho que Bette Davis una vez dijo: “Envejecer no es para mariquitas”. Considero que se puede establecer el mismo principio para el acto amoroso. El planteo de Davis es intencional ya que “mariquita” tiene una connotación despectiva de lo afeminado, lo castrado

     Sería difícil hablar de amor mejor de lo que ya han hecho James Baldwin y Adrienne Rich. Cito primero las palabras de Baldwin en “The Fire Next Time” (“La Próxima vez el Fuego”)  “El amor nos despoja de las máscaras con las que no podemos vivir pero a la vez tememos perder. Utilizo aquí la palabra amor no sólo en términos personales sino como un estado del ser – un estado de gracia – no en el sentido Americano infantil de estar feliz sino en el universal y difícil sentido de la indagación, el atrevimiento y el crecimiento”

     Y Rich: “Una relación humana respetable – es decir, en la que dos personas tienen el derecho de usar la palabra “amor” – es un proceso delicado, violento, muchas veces pavoroso para ambos, un proceso en el cual se depuran las verdades que pueden ser compartidas

     Es importante lograrlo porque desarticula el autoengaño y el aislamiento

     Es importante lograrlo porque al hacerlo honramos la propia complejidad

     Es importante lograrlo porque hay pocos con quienes ir juntos por el camino difícil” (1979, p. 88)

     Las palabras de Baldwin y Rich son aún más convincentes siendo que ambos son homosexuales. Un aspecto del privilegio heterosexual es el de sentir el derecho concedido de amar y ser amado, que las uniones heterosexuales son bendecidas y consideradas sagradas. No siendo así para los gays y lesbianas especialmente en la época en que Baldwin y Rich escribían estas palabras. El esfuerzo que hicieron para amar fueron actos de determinación y honor

     En la naturaleza de las relaciones pasionales hay excitación, perturbación, transgresión. La pasión sexual comprende la capacidad, la disponibilidad de estar absolutamente vivo en el propio cuerpo y con el cuerpo de otro. En el mejor de los casos amor y lujuria, cuando no nos retiramos del calor de las pasiones, nos acercan para caminar juntos plenamente hacia la vida. En las pasiones eróticas hay multitud de deseos – placenteros y no placenteros, regresivos y progresivos, serenos y demandantes. El trabajo es duro pero amar y hacer el amor es excitante. Al calor de nuestras pasiones eróticas necesitamos al otro, deseamos al otro, queremos ser deseados, queridos, aceptados, queremos ser tiernos, despiadados. Desafiamos al otro, nos desafiamos, odiamos, vencemos, somos vencidos, los roles y las orientaciones familiares de género comienzan a desdibujarse. Somos simultáneamente arrojados hacia adelante y hacia atrás en el tiempo. Estamos excitados e inquietos. Codiciamos y amamos

Reconocimiento

Este artículo fue originalmente un discurso ofrecido en la Conferencia de Psicoterapia Humanística e Integrativa “Amor, Deseo y Agresión” en Londres, Noviembre 2002 y publicada en formato abreviado en el Periódico Británico Gestáltico, 2003, Vol. 12, #2 pp. 92-104

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Perfil del Autor

     William F. Cornell Descubrió el trabajo de Reich y la psicoterapia corporal durante sus estudios universitarios en Psicología de la Conducta y Fenomenología. Luego se entrenó en análisis transaccional y en educación neo-Reichiana en Cuerpo Radix. Desde entonces ha estudiado diversos abordajes centrados en el cuerpo desarrollando un profundo interés por el psicoanálisis contemporáneo. William F. Cornell lleva publicados más de 40 artículos en varias revistas de divulgación reflejando una amplia gama de orientaciones teóricas. Mantiene una práctica privada en clínica y entrenamiento en Pittsburgh PA., USA y trabaja regularmente en Europa

E-mail: bcornell@nauticom.net

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Dirección general: Lic. Gastón Rigo

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