Relato de una intervención grupal en un proyecto comunitario.

Experiencia Psicocorporal en González Catán, La Matanza, Pcia de Buenos Aires.

           Desde el grupo de Formación en Biosíntesis llegó la convocatoria de hacer un aporte psicocorporal para un grupo de mujeres militantes barriales de una organización “La Colectiva” de un barrio de González Catán. Algunas de ellas son parte del Programa Ellas Hacen y vienen participando en un proyecto de capacitación y formación de una consejería de género que funciona semanalmente.

           Planificamos conjuntamente con quienes estaban llevando adelante el espacio, un ciclo de cuatro encuentros. El objetivo fue que las mujeres pudieran: en primer lugar conocer, tener acercamiento a un enfoque psicocorporal, ya que habitualmente en las instituciones a las que estas mujeres pueden acceder carecen de este tipo de espacios y además no cuentan con ingresos suficientes para poder pagar un espacio de terapia individual de manera privada. 

La mayor parte de ellas planteaban tener una necesidad importante de algún espacio terapéutico y de herramientas que les habilitaran el contacto con sus cuerpos, la circulación de la energía y el placer. También, esto era parte de la planificación, reforzar los lazos solidarios y amorosos entre las mujeres. Finalmente, ya en el transcurso de los encuentros y como resultado no previsto de antemano, una nueva impronta de autoafirmación.

           Los encuentros:

           Como mencioné anteriormente, algunas de estas mujeres forman parte del programa Ellas hacen. Dicho Programa prioriza en su ingreso a mujeres que han atravesado o atraviesan situaciones de violencia de género, trata de personas y transexuales. El programa propone a quienes lo integran realizar la terminalidad primaria o secundaria y en algunas localidades recibir algún tipo de capacitación. 

           Los encuentros se realizaron en el patio de un club de barrio, espacio que es habitualmente cedido para la actividad. La primera vez asistimos dos colegas (Marcela Molina y yo) a coordinar la tarea. Había aproximadamente diez mujeres, algunas con sus niñxs, que quedaron al cuidado de Paula, la trabajadora social que nos convocó y que fue el nexo entre ambos espacios institucionales. Hicimos una breve presentación: Cada una debía decir algo de sí misma y de su expectativa respecto de lo que íbamos a hacer. Contaba para ello con el tiempo que demorara en quitarle el papel a un caramelo. La expectativa era alta, había mucha avidez, ganas de compartir y de tener una escucha terapéutica. Un poco me asusté ante tanta demanda, encuadramos la actividad, explicamos que eran cuatro encuentros de trabajo corporal, cuáles eran los objetivos, etc. Hicimos un caldeamiento, movimientos suaves, recorrido de articulaciones, contacto con la respiración, etc. Luego fuimos elevando la intensidad, trabajando con dinámicas bioenergéticas de carga, armando un círculo entre todas y pisando fuerte mientras sacábamos sonido. Llegamos a “correr” en el lugar mientras gritábamos, lo que redundó en sensaciones de liberación y risas entre las participantes. Finalmente, de pie descansaron de a pares espalda con espalda. Primero realizando un mutuo masaje y luego simplemente respirando. Terminamos el encuentro en ronda, tomadas da las manos, respirando el contacto con las compañeras.

           El clima general del encuentro fue de distensión e informalidad, con interrupciones y correcciones entre ellas, algunos comentarios, el relato de cómo sentían el alivio en el movimiento, y de la descarga energética potentizadora como una alternativa al llanto en momentos de angustia “hay algo más para hacer con la angustia además de llorar”. Les sugerimos que tomaran lo trabajado como una herramienta que podían usar, si estaban cansadas o tensas.

           El segundo encuentro fue más desordenado, hubo recepciones que mostraban cierta resistencia, al estilo “hoy no me pidas que me mueva, estoy cansada”. También el comentario positivo respecto del encuentro anterior: lo bien que les había hecho, cómo las había relajado el movimiento, etc. Había menos asistentes, algunas distintas al primer encuentro. Les pregunté con qué se habían quedado o les había gustado de la primera vez y la afirmación unánime fue “gritar”. Entonces hicimos eso, trabajamos las propuestas que habíamos hecho la primera vez, hubo espacio para participar desde afuera observando, “a veces necesitamos que otra grite por nosotras”. También una ronda de masajes, que fue recibida con alegría. La relajación fue nuevamente de pie, espalda con espalda.

           El tercer encuentro fue con un grupo muy reducido, porque muchas de las participantes estaban abocadas a otra actividad. Como fue muy rico, decidí reproducirlo en el cuarto y último, al que asistieron otras mujeres. Además del caldeamiento y el trabajo de descarga, que adrede replicaba los ejercicios para que pudieran aprenderlos y repetirlos cuando quisieran o coordinadas por Paula, trabajamos la autoafirmación. En parejas, una compañera tomaba un rol (A) y la otra tomaba el complementario (B). La tarea de A consistía en pensar acerca de alguna cuestión, situación etc. en su vida que quisiera rechazar, a la cual quisiera decir “NO”. Luego debía, al exhalar, hacer un movimiento de rechazo hacia adelante con los brazos y cuando brotara la palabra, podía nombrar el “NO”. La compañera B sostenía la experiencia, brindando contacto visual y respirando, sin más intervención. En un segundo momento, las A tenían que respirar alguna situación que anhelaran, a la que quisieran decir “SI” y traer los brazos hacia sí mismas en la inhalación diciendo, cuando brotara la palabra, “Quiero”. Luego de cada momento, cambiaban roles.   

           Las experiencias fueron dispares, pero el factor común fue la buena predisposición y la rapidez con que todas ubicaron aquello a lo que querían decir NO. Algunas nombraron jocosamente en voz alta “mi marido”, otras rechazaban el cansancio, otras no compartieron pero se las notaba serias, concentradas. El rol B, sostener la experiencia de la compañera, resultó rico por su dificultad. Mirar a la cara, respirar; en algún caso fue necesario apoyo en la espalda o una palabra de mi parte para que lo pudieran hacer. Resultaba intenso recibir la energía de la compañera. Al final en muchas duplas hubo abrazos de agradecimiento. En otras, la dinámica se realizó más desde el “hacer”, sin tanta organicidad, pero parecía un buen primer acercamiento. Luego, descansaron espalda con espalda. En el tercer encuentro, cuando se suponía que la actividad había terminado, varias de ellas mientras charlaban empezaron a hacer movimientos espontáneos con las piernas. Fue un lindo “bis”, me puse a seguirlas y les propuse que se imitaran unas a otras, dejando que esa espontaneidad circulara. Luego me quedé conversando con una mujer que me contaba que después del primer encuentro había terminado de tomar impulso para separarse de su pareja violenta, que se sentía más afirmada y en contacto.

           Algunos comentarios y reflexiones:

           Creo que la experiencia se insertó en un proceso de trabajo que venía circulando, coordinadas por Paula, trabajadora social, en el marco de los talleres de Género, desde una perspectiva de fortalecimiento de derechos. Me parece un dato fundamental para comprender el fuerte impacto que sólo cuatro encuentros tuvieron, a pesar de ser dictados con irregularidad en la asistencia y en un espacio que a priori resultaba poco propicio. Había un campo muy fértil en lo que estas mujeres venían trabajando. Al mismo tiempo, la confirmación de que el contacto con el cuerpo material, con las sensaciones, surte rápidamente efectos en la conciencia de sí, y de la propia fuerza y afirmación. Digamos que el trabajo propuesto resultó una puntada que afirmó algo que ya se venía cosiendo entre ellas y de cada una consigo misma.

           Me parece que lo más logrado del trabajo fue que abrió para algunas de estas mujeres una posibilidad, la de establecer puentes, de la sensación al movimiento y de allí hacia la palabra. Fuimos desde lo mesodérmico, que era lo más accesible, en cuerpos en su mayoría sobreenraizados en la musculatura, habituados a aguantar, sostener, soportar. Es una generalización, también se veía algunas personas más hipotónicas, a quienes el contacto y el sostén de la compañera les daba alivio. Interpreto que tal vez lo colectivo constituye un borde, un “entre” que da otro sentido a la propia vivencia. Pero lo predominante era la necesidad de soltar, de encontrar un espacio propio de descanso, placer, derecho a la alegría. Algo que las mujeres de todas las clases sociales tenemos más o menos pendiente, que se profundiza en los sectores populares.

           En el último encuentro concluimos que el espacio propio se inventa. No está dado ni garantizado. La maternidad, para quienes somos madres, resulta una demanda que por momentos se hace infinita, la relación con el varón, con la comunidad, la carga doméstica… Entonces es nuestra tarea generar espacios de placer, aunque sean breves, modestos, pero darnos el derecho al pulso propio, a la alegría. Y estos espacios multiplican su poder cuando se transitan tomadas de manos  cómplices. 

Bibliografía:

Boadella, David, Corrientes de vida

Reich, Wilhem, La función del orgasmo

Autora: Lic. Paula Giordano

Colaboración en la experiencia: Lic. Marcela Molina

Colaboración y corrección del texto: Lic. Paula Sánchez.

Lic. Paula Giordano

todos los artículos

Contactanos

Por favor, activa JavaScript en tu navegador para completar este formulario.

Dirección general: Lic. Gastón Rigo

Psicólogo UBA / Psicoterapeuta Corporal con Certificación Internacional

International Senior Trainer of Biosynthesis